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martes, 6 de agosto de 2013

Tercer capítulo.

Acabó de comer sin dejar de pensar en su sonrisa. Hacía bastante que no se obsesionaba tanto con algo. Casi olvida prepararse para su…cometido. Casi pero no. Cogió todos sus efectos personales y se dispuso a salir. En caso de no volver, y ya que no tenía familia ni nadie que se preocupase por su desaparición, quería que su cadáver resultase fácil de identificar. Tenía en el antebrazo un diminuto tatuaje de una calavera pirata, de apenas un centímetro de largo, pero con sus dos tibias cruzadas y todo. Pero duda que nadie lo supiera…  Al igual que casi nadie, según él, sabía todo lo que significaba: rebeldía ante el sistema, crueldad sin límites, uso del terror y el miedo como herramientas para sus fines, frivolidad ante la vida, y recordatorio de la Muerte. Y de lo impredecible e inevitable que es ésta.
Se entretuvo pensando en trivialidades apenas relacionadas con ello mirando su propio antebrazo durante horas, hasta que la luz solar que entraba por la ventana a su espalda se tornó naranja anunciando la inminente puesta de sol. Casi apresuradamente, bebió tanta agua la sed de las horas sin hacerlo le pedían, fue al lavabo, y volvió a la ventana.

Algunas cosas cambian y otras siguen igual, decían en un videojuego frente al que solía pasar las tardes años atrás. Y podría cambiar la gente, la ciudad, el paisaje… pero aquel sol, el sol, era el mismo que en tiempos  pretéritos había inspirado la erección (cuando pensaba en estas cosas no era capaz de captar los dobles sentidos en su propio pensamiento) de Stonehenge y el viaje de Colón, y la construcción de las pirámides y la invención del astrolabio…pero también había contemplado la marcha de legiones romanas y tercios viejos, y masacres como la de Amberes, Cartago, Auschwitz,  o las de los nueve saqueos de Roma. Y ahí seguía. Impasible. Alumbrando con su poderosa luz a los hombres en su actos, buenos, malos, o peores. La belleza de este sentimiento era lo suficientemente hermosa para ser digna de recordarse con una eterna, o al menos vitalicia, cicatriz, decidió, así que, sin apartar sus contraídas y doloridas pupilas del astro rey, sacó la más pequeña y afilada navaja de las cuatro que llevaba y se hizo u diminuto pero profundo corte en su hombro. Y salió a las, ahora oscuras, calles. 

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miércoles, 3 de julio de 2013

Segundo capítulo.

Al llegar al portal de su casa, no pudo evitar que lo que vio le hiciera sonreír: Un camión, o más bien una furgonetilla de una empresa de mudanzas, aparcada justo delante. El apartamento  contiguo al suyo estaba vacío desde hacía meses, así que había un nuevo vecino. O vecina. Nunca había visto a la chica de la panadería, debía de ser nueva en la zona, ¿por qué no su vecina? Al pasar junto a las cajas de cartón, que le parecieron muchas para un apartamento tan pequeñito, su mano, casi involuntariamente, se metió discretamente en una de ellas y cogió lo que parecía un sombrero de juguete, de unos dos centímetros.
-Pobre playmobil vaquero- pensó mientras murmuraba “veintiuno” entre dientes, echándoselo al bolsillo- se quedó sin gorrito.
Bruscamente, como si le hubiera sorprendido, apareció en la puerta un hombre gordo y algo calvo, y con un gran bigote, pero a pesar de su serio semblante, le ofreció una mano con la que estrechó la suya con una sincera sonrisa apenas perceptible bajo su enorme mostacho.
-Soy Pedro, el nuevo residente el segundo C –dijo con un fuerte acento que no supo situar-. Creo que ahora seremos vecinos.
-Puerta con puerta. Segundo D. Supongo que nos veremos a menudo…-y siguió andando.
Aunque odiaba las presentaciones, despedidas, y todo lo que se pareciese a una situación social, sabía perfectamente cómo comportarse y normalmente trataba de ser bastante más educado, casi en exceso, pero tenía prisa, necesitaba ordenar sus pensamientos (y sentimientos) sobre la chica que acababa de ver, y sobre el hombre que ocupaba el que podía ser su apartamento. Y aun le abordó la idea de que fuera su padre o algo así cuando subía por las escaleras, pero antes de llegar a su piso ya había caído en la cuenta de que aquellas viviendas no eran especialmente amplias para una familia. Y aunque podría ser un hermano mucho mayor o un padre separado o soltero o viudo o cualquier otra historia… ¿a dónde había ido ella sino a su casa? Si acababa de comprar el pan…

“¿Y por qué no me saco de la cabeza a alguien que jamás volveré a ver?” pensó cuando….cuando pudo. Estando ya sentado en el suelo de su habitación. Se levantó estirando el cuello y vació sus bolsillos en el cajón que tenía especialmente para ello. Cartera, móvil, auriculares, libreta, bolígrafo,… y su “chatarra”. Ya estaba casi lleno. 

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martes, 2 de julio de 2013

Psicopatilla CASI enamorado

-…Y veinte –se dijo en voz alta a sí mismo agachándose a recoger un clip del suelo.
Como cada día al volver de su aburrido trabajo en el hospital se desvió un poco del camino en línea recta que le llevaba a su casa para ir a comprar el pan. No tenía hambre –de hecho, nunca tenía- pero como todos los asquerosos humanos, él también necesitaba comer de vez en cuando. Al llegar a la panadería dio los buenos con su característico tono formal (tampoco aquel día le contestó nadie), y esperó pacientemente su turno como solía. Su media jornada acababa poco antes que las clases de un parvulario cercano y las madres acudían a comprar el pan y demás a aquella tiendita que también era frutería, verdulería, pescadería y carnicería, según le apeteciese al proveedor aquella semana, pues mandaba lo que quería, lo que le sobraba de abastecer a tiendas mayores, seguramente, pero al dueño no parecía importarle. O tal vez era él quien lo pedía todo así…
Pero aquella mañana difirió en algo de las anteriores: la vio. Demasiado joven para ser madre, apenas llevaba una barra de pan y una pequeña bolsa cuyo contenido no pudo ver. Ya estaba pagando cuando él llegó, y unos instantes después de haber entrado, salió ella, regalándole una breve y tímida sonrisita al cruzarse. En ese momento, deseó que a la chica se le cayese algo para recogérselo y poderla llamar, o que se diese cualquier otro motivo para salir del local tras ella… pero nada sucedió. Jamás le había importado la opinión de la gente, no necesitaba un motivo para darse media vuelta y seguirla…pero no sólo habría resultado sospechoso, también inútil. Así que, con gran pesar, decidió no hacer nada y, metiendo las manos en los bolsillos, jugueteó con el clip, una tuerca, y las monedas con las que pagaría en cuanto le diesen ocasión.

No era alguien a quien le interesasen las relaciones personales, ni mucho menos enamorarse, ni siquiera el sexo le interesaba apenas… pero sabía reconocer la belleza que había en el mundo,  ya fuera en un cielo estrellado o en la fachada de una catedral gótica, en las rápidas aguas cristalinas de un arroyo que se acerca a una cascada o en el tercer movimiento de la novena sinfonía de Beethoven. Y estaba seguro de que el cuerpo desnudo de aquella joven rubia de hermosa sonrisa pero ojos tristes, oculto tras su descuidado atuendo, era de una exquisita hermosura  digna de ser contemplada.

Siguiente capítulo.

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miércoles, 24 de abril de 2013

Capítulo 8.


CAPÍTULO 8.
Tras poco más de diez minutos hablando en los que Sara se mordía la lengua, literalmente y casi hasta hacerla sangrar, para reprimir sus sentimientos hacia la chica de pelo bermejo, empezó a pensar cuánto tiempo más podría aguantar. Pero debía un par de favores y el objetivo de la misión era medianamente honrado… Dejar bien a la policía, hacer sufrir a un corrupto, recuperar fondos para la seguridad en centros públicos… y demostrar a una niñata que su padre le importaba, y también ella a él. Y en cuanto a los remordimientos por derribar una facultad a mitad de curso (¿remordimientos? Ni que fuera ella quien activaría la bomba…) no eran tan fuerte como los celos que le hacía sentir por alguien que acababa de conocer y que ni siquiera le importaba. Porque desde luego que no le importaba ese pringado… En un momento, en que los tres se quedaron sin palabras y no sabían qué decir, el chico dijo:
-Creo que seguimos –un plural, evidentemente usado para reconfortar a Sara, que consiguió su objetivo- sin saber tu nombre…
Ella sonrió y sin decir nada, cogió el móvil de él, que estaba sobre la mesa, y apuntó su número, con el nombre de Neus. “Llámame”, dijo. Y se giró a seguir haciendo como que copiaba algo de la pizarra. Desconcertado, casi desorientado, se giró hacia su compañera, a la que consideraba una experta, preguntándole con la mirada qué hacer ahora. Pero en su mirada no vio más que un odio –injustificado, a su parecer- hacia esa clase de chicas que calentaban al personal para nada. Pero entonces oyeron que Neus susurró un impaciente “¿a qué esperas?”.
Quería una perdida para guardar su número… Pues claro… Así que llamó. Pero en cuanto su teléfono, que por supuesto no estaba silenciado, sonó, la chica se lo llevó al oído hablando sola, se puso en pie, y salió como si nada. Ahora también Sara estaba perdida, y ambos se miraron de igual a igual….durante unos segundos. Lo que tardó en llegar un mensaje preguntando cuánto pensaban hacerla esperar. Ambos salieron apresuradamente, de no ser porque Sara la cogió, él se habría dejado la carpeta con los planos de la facultad… Cuando salieron de la clase, se la encontraron tumbada completamente en las escaleras en las que hacía unos minutos habían estado sentados. Era la personificación del “quiero lo que quiero cuando quiero”.
-¿Y ahora qué?-preguntó al verlos.
-Si no te da miedo que este cabrito venda tus órganos en Asia –dijo sorprendiendo a éste con un puñetazo seguido de un beso en la mejilla-, tenemos una furgoneta ahí fuera… ¿Qué dices?
-Que estoy en desventaja, sois dos para una…al menos deberíais invitarme antes a tomar algo,  ¿no? Espero que la furgoneta sea para ir a algún sitio mejor…
-Si te hace ilusión-dijo él, despegando los labios por fin- podemos meter un colchón en la parte de atrás, pero tenemos un amigo que hace poco ha abierto un local a diez minutos de aquí y se alegrará de ver que le llevamos clientes.
-¿Ahora…? –dijo ella haciéndose de rogar- mejor dadme un minuto que entro a por mis cosas.
Y volvió a entrar en la clase, dejando a los dos tan atónitos como era de esperar.
-¿Cómo dices lo de los órganos…? Podrías haberla espantado…
-Sí, claro –respondió ella, picada-… Es evidente el sentido de la responsabilidad de esta chica… Me pregunto hasta qué punto hacemos un bien al mundo salvándola…
Esto le recordó que pronto todo el edificio volaría por los aires, y se miró el reloj. Aún tenían más de veinte minutos antes de que empezara el simulacro de incendio. Por el momento, todo iba bien.



martes, 9 de abril de 2013

Padre de familia, parte 2ª.

Aunque a menudo recreaba en su mente aquellos momentos, aún no sabía pasado inmóvil observando los inertes ojos abiertos de su hija y los turbios cabellos de su esposa mecidos por el gélido viento, pero fue el suficiente para dar tiempo a que llegara la policía, e instantes después, una ambulancia. Según supo más tarde, el accidente fue culpa del camión. O más bien, de su conductor, un cocainómano sin ni siquiera carnet de conducir que lo acababa de robar. Sabía conducir un coche (y robar) un coche desde que tenía quince años, pero no un camión. No por asfalto cubierto de hielo. Y sobre todo, no con los reflejos distorsionados por los estupefacientes ni  con un conductor que, distraído por su bella esposa, parando su coche junto a él. Al parecer, una semana después, antes del juicio, se ahorcó. Pero no le guardaba rencor. Y menos  después de que se suicidase. La culpa no era de nadie, son cosas que pasan… Pero él era culpable. No del accidente, desde luego. Pero sí de haber culpado a su mujer de él. Apenas fue una fracción de segundo, desde que notó que había tenido un accidente hasta que abrió los ojos y vio las consecuencias de éste. Incluso cuando vio a su hija agonizante la culpó, pero en menos de lo que se tarda en parpadear, comprendió que era demasiada culpa para una persona que le quería cuyo único fallo fue tratar de avisarles de lo que podía pasar. Entonces es cuando se arrepintió. La vio caer muerta. Y lo último que había pensado sobre ella mientras estaba en vida…fue que era la causante de la muerte de la hija de ambos.
Cuando te sientes culpable de una tragedia así, incluso si lo eres, todos, hasta tú mismo, te ayudan a superarlo, diciendo cosas como que no es culpa de nadie, que tenía que pasar, que no pudo evitarse y otras banalidades. Pero ¿cómo se superaba el culpar a alguien inocente, a alguien que ya se ha ido, a alguien que en vida fue la persona que más quisiste hasta que te dio otra personita con la que compartir ese puesto? ¿Cómo iba a perdonarse no haberse despedido de las dos personas a las que más quiso jamás? ¿Cómo iba siquiera a sentirse humano después de haber cogido el coche sin preocuparse de nada, permitiendo que una niña pequeña fuese en la parte delantera del vehículo y que su mujer se jugara la vida cerrando la puerta? Estaba claro que no había forma alguna.
Por suerte, el seguro le indemnizó tan generosamente que no tendría que volver a trabajar en años si seguía llevando la vida que hasta entonces había tenido. Pero ya no tenía vida. Apenas comía. No tenía a quién regalar juguetes por las buenas notas, ni a quién sorprender con una cena romántica. No tenía, por supuesto, motivos para comprarse nada, se odiaba. Tampoco gastaría combustible con un coche que, no sabía por qué, reparó, pues no tenía un trabajo al que ir, una hija a la que llevar a clase, una familia con la que ir al campo los domingos, ni jamás tendría una hija a la que enseñar a conducir con el coche viejo, así que lo vendió. Y lo mismo hizo con la casa… ¿Para qué dos pisos estando él sólo? ¿Para qué un castillo sin sus dos princesas? Decidió coger todo el dinero que consiguió y mudarse a la modesta pensión frente al hospital, en la que tuvo su primera “cita” con su ya difunto amor. Con suerte, alguien le metería un tiro mientras dormía para llevarse el dinero, y si le detenían, en su testamento había dejado bien claro que la mitad del dinero sería para el asesino, en agradecimiento por aliviarle sufrimiento y en compensación por la probable pena de cárcel, y la otra mitad para unos suegros a los que no se atrevía mirar a la cara.
Así vivó unas semanas. Se despertaba aterrado en mitad de la noche varias veces, reviviendo aquel momento, deseando no morir ante aquel camión que al verlo aceleraba en lugar de frenar, no quería dejar una huérfana y una viuda tan jóvenes y guapas. Pero entonces despertaba, veía que  eran ellas las que le habían dejado solo, y por muy egoísta que sonara, deseaba haberse ido él. O haberse despedido de ellas como merecían…o al menos, sin reprocharles nada. Por el día, bajaba una o dos veces como máximo al restaurante que había justo bajo su habitación. Cuando tenía una vida, había estado muchas veces, durante un tiempo iba casi a diario. Era donde comían los trabajadores del hospital a los que no les gustaba la comida que se servía en los comedores de éste. Los internos considerados por sí mismos “rebeldes”, y sobre todo el personal no sanitario. Entonces los veía. Era el único contacto con la sociedad que tenía. Pero sabía que jamás nadie le llegaría a importar una milésima parte de lo que le importó su familia, y si se odiaba a sí mismo, también a los demás.
Evidentemente, no hablaba con nadie. Pero se sentía observado. Eran miradas de compasión que se apiadaban de él, pero también, a veces, de envidia. Había quien nunca supo lo que es tener una familia, pero tampoco lo que es tener dinero, y él tenía lo segundo. Poco a poco, empezó a pasar más tiempo allí, pero no comiendo, ni por supuesto hablando con sus antiguos compañeros, que ya empezaban a recriminárselo, sino bebiendo frente a una máquina tragaperras. Las miradas de envidia desaparecieron por completo, las de piedad comenzaron a convertirse en desaprobadoras miradas de recriminación. De desprecio. Casi de odio. Su aspecto era lamentable, el de un vagabundo. Y en esto es en lo que se convirtió cuando una noche, casi al amanecer, se encontró su habitación vacía. Claro, que no podía culpar a nadie, incluso el dueño le culpó a él de que le robaran el televisor: se había dejado la puerta abierta.
Fue de este modo como acabó viviendo en la calle, y justo un año después del accidente, en un invierno que ahora parecía mucho más frío y terrible, volvió a ver la silueta desfigurada de su hija recortada en un brillo que le despertaba. Y volvió a sentir el golpe en su nunca. Pero a diferencia de la noche anterior, y de la anterior a ésta, y de todas las noches del último año, el golpe fue mucho más fuerte. Y no se fue disipando hasta convertirse en resaca matutina, sino que fue seguido por otro aún más fuerte. Y por otro más, en el costado, con el que sintió el quebrarse de sus costillas. Abrió los ojos y tras volver a ver el cuerpo sin vida de su esposa con el pelo manchado de sangre y moviéndose por el viento, vio a 4 jóvenes dándole una paliza. Pero de pronto, uno de ellos dijo algo a los demás, y se fueron corriendo. Él volvió a dormirse. Soñó de nuevo con su familia.
Cuando despertó, se encontraba en el hospital, en urgencias, pero esta vez, en una camilla. Y frente a él, una joven médico preciosa. Últimamente no había tratado con muchas mujeres, pero ésta era realmente guapa. Le explicó que los que le había pegado no eran neonazis ni nada así, sino matones. Al parecer, alguien a quien se parecía mucho, se había ganado una paliza, y aquellos brutos se confundieron. Pero gracia a ello, los habían detenido, habían confesado, y a estas horas una gran red de criminales profesionales estaban siendo arrestados. También dijo que le consideraba un héroe.
La chica siguió hablando, pero él ya no escuchaba. Observaba cómo le daba puntos en el pecho con unas manos temblorosas. Hablaba más para tranquilizarse a ella misma que a él. Ni siquiera le había tapado con la sabanita verde. Era una novata. Una novata muy guapa. Y entonces recordó cómo conoció a su difunta amada. Aquella burda recreación mancillaba su recuerdo. Pero en ese instante, justo cuando daba el último punto, una enfermera entró llamándola, y se fue corriendo sin decir nada más. Inepta e incompetente becaria…había dejado sin vigilancia el material quirúrgico. No tardó ni dos minutos en volver a entrar con una gran (y hermosa) sonrisa. Preguntó si seguían y antes de esperar una respuesta, se acercó hacia la camilla para seguir remendando su magullada piel. Pero sí que respondió. Cogió el mayor bisturí de los que había junto a él dijo, casi gritó “No. No seguimos” al mismo tiempo que, ante los atónitos ojos de la chica, se seccionaba la yugular.


Padre de familia, parte 1ª.

Volvió a despertarse sintiendo el fuerte golpe en la nuca que le hacía recordar, revivir el momento en el que su vida cambió, y con éste, los últimos meses… Su vida. Tenía gracia. Su vida. No había cambiado, había desaparecido, por completo. La única vida que tenía era la que soñaba que temía perder  una y otra vez cada noche. Pero entonces despertaba, veía que no era real y deseaba morir de verdad. Pero eso nunca pasaba, a pesar de lo mucho que le había dolido la cabeza, el accidente no era real. Nunca lo era. Bueno… Sólo lo fue una vez. La primera. Cuando aún tenía una vida que perder….
Lo tenía todo en aquellos tiempos.  Un buen trabajo en el hospital. Un coche grande. Una casa enorme. Una esposa guapa y divertida que lo quería casi tanto como él a ella, o puede que incluso un poco más. Y una hija tan encantadora como preciosa.
Incluso tenía un enemigo,  algo que todos necesitan de vez en cuando, para no aburrirse: un veterano facultativo del hospital al que el primer día no le cayó bien del todo y que le hizo pasar las noches de su primer año como interno en urgencias. Bendito fuera… de no haber sido por él, jamás podría haberle salvado la vida a la hermosa chica con la que no mucho después crearía, de la nada y por medio del amor, la risa, la mirada y las rubias coletas más bonitas de este mundo. Y aunque la casualidad quiso que precisamente fuese  precisamente aquél doctor el que atendió a su mujer durante el parto, el haberle “robado” la posibilidad de quedar como un héroe salvándola años atrás, hacía que siguiera resentido con él.
Tenía también un deseo, un deseo que jamás debería haber expresado en voz alta, y que si hizo mal en apenas desearlo, y peor aún en pronunciarlo, en ningún caso debió permitir que su princesita le oyese: quería tener un hijo. Un hijo varón. Desde luego, no parecía tan terrible. Pero el gran corazón de aquella chiquitaja de ojos alegres era tan generoso como débil. Y rompió a llorar cuando oyó aquellas cruelísimas palabras de la boca de un padre que de un momento a otro parecía haber dejado de quererlas y que probablemente la cambiaría por un chico en cuanto tuviese oportunidad. Por un chico. Ni siquiera por un gatito, sino por uno de aquellos desagradables seres similares a su insoportable primo mayor, o a los que iban con ella a clase.
Aunque en un gran esfuerzo por estar guapa para que no la cambiasen dejó de llorar, sus expresivos ojos mostraron una profunda tristeza, a pesar de los besos y abrazos de sus padres, y de las palabras de consuelo y cariño, hasta que se montaron en el coche para ir a ver a su abuela. Y es que, pese a sus recién cumplidos seis añitos, su padre le dejó sentarse delante. Sabía que esto la animaría, y así fue. La bufanda cubría una divertida sonrisa de complicidad, pero ésta podía adivinarse en los ojos de la pequeña. En sus brillantes y alegres ojos azules de belleza sólo comparables a los de su madre.
Por supuesto, él conduciría. Si dejaban a la hija delante, uno de los padres debía ir detrás, y evidentemente, no iba a ser él.  Era el padre de familia, quería como nadie y como a nadie a sus dos princesas, pero  no pensaba sentarse, como mínimo, de copiloto. Jamás se arrepintió  tanto de aquel estúpido orgullo, cuya motivación parecía estar en las discusiones de su infancia con sus hermanos mayores para elegir asiento y cuya consecuencia inmediata fue dejar que el amor de su vida esperase junto al coche a que lo sacara del garaje para cerrar manualmente la puerta, puesto que cierta personita había perdido el mando a distancia mientras jugaba utilizándolo como teléfono móvil. La segunda cosa de la que más se arrepentía era de no haberla besado justo antes de subirse al coche. Y antes de salir de casa. Antes de levantarse del sillón, y también mientras estaban sentados. Mientras cambiaba de ropa hacía menos de media  hora,  cuando había salido de la ducha cubriéndose con una toalla porque había olvidado la ropa interior en la habitación, y también cuando había estado ayudando a su pequeña a ducharse mientras insistía en la importancia de prepararlo todo antes de empezar, y en todas esas ocasiones que tuvo y no aprovechó.
Cerró la puerta y arrancó, al mismo tiempo que le devolvía la sonrisa, e introducía el CD favorito de su chiquitaja. Quitó con cuidado el freno de mano, embragó a fondo y metió la primera marcha casi acariciando la palanca mientras pisaba suavemente el acelerador. No sabría explicar por qué, pero cuando hacía algo delante de su hija, siempre lo hacía con mucho cuidado, cuidando cada detalle. Quería que fuese perfecta. Como sus ojos. No podía apartar la mirada de sus ellos. Y no lo hizo hasta que los golpes de la chica a la que quería en el techo del vehículo le hicieron mirar atrás. Y entonces lo sintió: el golpe en la nuca que a partir de entonces reviviría cada noche en sus pesadillas, precedido apenas unos instantes antes por el claxon de un camión.
Esta vez…fue bastante real…le había dolido de verdad…pero siguió recordando. Recordaba sus pensamientos en la fracción de segundo que tardó en volver a abrir los ojos: había vuelto a hacerlo. Esta chica… no tenía remedio. Le gritaba cuidado, miraba hacia ella, y se tropezaba por el otro lado. Siempre igual, pero ahora, con el coche. Era su forma de ser… Pero en aquella vez, fue bastante distinto, pues al abrir los ojos,  no la vio, desde el suelo, riéndose de él, sino que vio el pequeño cuerpo de su hija retorcerse entre los enroscados hierros que un instante antes formaban parte del coche. Casi sintió ira cuando miró hacia atrás para ver a la causante de su descuido, del accidente, de la tragedia. Pero  cuando se volvió hacia atrás no la vio, el coche se había girado mucho y ahora ella estaba al otro lado. Aplastada entre la destrozada carrocería y un nuevo desconchón de la pared. Pudo observar el instante en que sus fuerzas se agotaron y dejó caer su cabeza sobre el pecho, ocultando con el pelo enrojecido su rostro de sorpresa y pavor. Entonces volvió a girarse hasta la niña pequeña que estaba a su lado y que se había convertido en su todo.  Tardó unos instantes en poder verla, el sol matinal que, por el giro que había dado el coche, estaba tras ella le deslumbraba. Aquel brillo solía convertirse en la luz que le despertaba cada mañana tras el dolor de cabeza. Un dolor que hoy era más intenso y real que nunca desde el día que todo esto sucedió…
 Pero finalmente volvió a verla entre aquel amasijo metálico, esta vez con bastante más claridad que antes. Hacía un esfuerzo sobrehumano por seguir respirando. La barriguita que media hora antes había acariciado para hacerle reír, era ahora una sanguinolenta masa de vísceras que temblaba y en la que se mezclaban los órganos que hacían funcionar aquel cuerpecito perfecto con  los harapos en los que se había convertido su ropa. Sus ojos de alegre y vivaz pero bondadosa mirada se había tornado en vidriosas pupilas apenas tintineantes. La boca que tantas veces vio sonreír estaba ahora abierta en un gesto no de dolor, ni siquiera de miedo, sino de sorpresa. De incredulidad, tal vez. Incluso de impaciencia ante lo desconocido, esperando el  desenlace de aquella situación. Y de ella salía un fino hilo de sangre similar al que tantas veces creaba con saliva al quedarse dormida en el sofá, entre sus padres.

Más relatos.                                                                           


sábado, 6 de abril de 2013

Capítulo 7.


CAPÍTULO 7.


Sin muchas esperanzas de éxito, entró en la clase delante de ella, con paso firme, más para impresionarla que para que SU plan funcionase. El objetivo se sentaba en primera fila y tras un instante de vacilación, pues no quería situarse demasiado cerca de un profesor que al no conocerles podría echarles de clase, se dispuso a sentarse justo tras ella. Pero otros dos chicos, estaban sentándose precisamente ahí, dejando  junto a él, en la silla inmediatamente anterior a la de la chica. Sin decir una palabra, cedió el paso a Sara, con una mirada que ésta comprendió al instante. Con una seguridad que a él le pareció envidiable para cualquiera del sexo contrario, y un movimiento de caderas que le obligó a mirarla donde la espalda pierde su nombre, se situó junto al chico de la chaqueta y le preguntó con una gran sonrisa si ese sitio estaba ocupado. Ante la evidente negativa de éste, tomó asiento junto a él, justo tras la chica que buscaban.

-¿Cuánto dices que llevas sin entrarle a una tía? –Dijo a su compañero, que ya estaba junto a ella, en voz baja y cubriendo con la mano una maliciosa sonrisita.

 -Para tu información-respondió él sin ni mirarle a la cara, garabateando en el dorso del plano de la facultad. Ni folios les habían dado… -, la última vez fue una chica la que intentó seducirme a mí. Luego le disparé a la cara. Llevaba horas tiroteándonos, y en un momento que se paró a recargar, aparecí tras ella.

-El matador de las féminas… aquí esas cosas funcionan de otra manera…

_No me siento especialmente orgulloso de ello-siguió él, ignorándola. Presionaba sobre el papel con tanta fuerza, el bolígrafo empezaba a quebrase.-…  Pero mientras con una mano desnudaba su pecho, con la otra desenfundaba un revólver oculto en su entrepierna. Un instante más y… Y…

Antes de que encontrara palabras con las que proseguir su relato, y para relajarle un poco antes de que empezara a gritar o a llamar la atención, Sara le besó. No en la boca, por supuesto, sino en la barbilla, justo bajo el labio inferior, tal y como hacían en las películas, según había oído en alguna parte, pero el efecto fue justo el esperado.

-No te emociones-dijo nada más soltarle-. No es que crea que lo merezcas, ¿eh?, es sólo para que estos dos dejen de mirarme… ¿Le vas a decir algo, o qué?

Algo confuso, miró a la chica que tenía delante. Escribía haciéndose la aplicada mientras el chico sentado junto a ella tenía que conformarse con charlar con su amiga, bastante menos agraciada. Aunque, según pensó, tratando de evitar la comparación con las otras dos chicas, no estaba nada mal. Y además, era mucho más simpática… Era la típica amiga simpática. Llegados sus pensamientos a este punto, no pudo evitar una sonrisa. Siempre le había hecho gracia ver como todos esos tópicos machistas se cumplían, pero al comprobar que todo seguía siendo así, que nada había cambiado en el mundo que hace tiempo había abandonado, volvió a despertar en él todo tipo de sensaciones, tan agradables como ya olvidadas, hasta ese preciso momento.

-¡Espabila!-Dijo Sara, chasqueando los dedos antes su cara.

-Sigamos con los tópicos-susurró él, dejando caer el astillado bolígrafo al suelo-¡Tss! ¡El boli! ¡Pelirroja! ¡Eo!

Ante el caso omiso de la chica, y mordiéndose el labio presa de un sentimiento bastante similar a los celos, Sara dio una patada al respaldo de la silla de ésta, que, girándose y con un inocente gesto en su cara, dijo:

-¿Es a mí? Perdona-recogió el bolígrafo. Y ya estaba a punto de devolvérselo a su dueño cuando pareció pensárselo mejor y añadió, dirigiendo la punta del bolígrafo a su boca-… Te lo cambio por tu nombre…

-¿Lo ves?-interrumpió Sara, claramente molesta y lo suficientemente alto como para que la otra chica también le oyese- No era tan difícil…

Estaba hecho…







 








viernes, 15 de marzo de 2013

Capítulo 6.


CAPÍTULO 6.
-Pues no parece tan difícil…-Caminaban ambos en silencio, acababan de subir las escaleras de la entrada y se dirigían a través de pasillos llenos de alumnos que en el descanso entre clase y clase para salir a fumar, hablar con los de otras aulas o simplemente estirar las piernas. Desde que bajaron del furgón no habían cruzado palabra, ni tampoco miradas, e intentaba romper el hielo. Ella no contestaba.- ¿no?
-Calla-susurró como quien intenta escuchar un lejano e instantáneo murmullo-… ¿No ves que intento pensar?
 -¿En nuevos lemas para tus camisetas?-Era improbable, pero a lo mejor estaba enfadada de verdad porque no se la había puesto, y quería volver a sacar el tema. Le encantaba sacar temas incómodos, y no había tenido tiempo de incomodarla con otra cosa- Venga, estás más perdida que yo, cuando quieras dejas el papel de súper-girl que lo controla todo y comentamos qué vamos a hacer…
Era cierto. No tenía ni idea de por dónde empezar. Pero naturalmente, no pensaba darle la razón. Por suerte, se le daba bien improvisar y hacer como que sabía de todo.
-Capullo engreído… Es lo que me pareciste desde el principio y mira, no he fallado. Eso de que juzgar a la gente por la apariencia está mal debió decirlo alguien a quien se le daba mal hacerlo. Mira la foto -sorprendida de ella misma y de las conclusiones a las que estaba llegando en cuestión de décimas de segundo, sacó la foto de la carpeta-, mira su cara. Es evidente que es una consentida niñata de papá, por un lado, y una pobre cría con carencias afectivas por el otro.
-Lógico y evidente cuando tu papi es un político corrupto y tu mami su mujer trofeo.
“No me interrumpas”, iba a chillar dándole un puñetazo en el hombro. Pero se le ocurrió una mejor forma de superarlo y hacerle callar:
-Tan evidente como la cara de furcia que tiene. –Se sentaros en unos escalones frente a la puerta de la clase en la que debería estar- Algo me dice que busca amor por otros sitios. Sí, creo que ya sé cómo nos la llevaremos…
-Amor y emoción. Mírala- Volvió a interrumpirla-. Estaba justo ante ellos, hablando con el profesor, que acababa de salir-. No deja de toquetearse el pelo y el escote… Es millonaria, pero prefiere comprar aprobados con su cuerpo… Sigue. ¿Cómo piensas sacar de aquí al blanco de todas las miradas sin que se note?
-Precisamente. Sigues sin ver lo discretas que llegan a ser mis camisetas en el ambiente adecuado-antes de acabar de decirlo se dio cuenta de que no era un buen símil, no tenía nada que ver una cosa con la otra-. Tú y yo nos haremos pasar por novios en busca de nuevas experiencias, que es precisamente lo que esa zorra tiene pinta de andar buscando. Así que nos colaremos en la clase, nos sentaremos a su lado, y tienes algo menos de media hora para convencerla para un trío, ¿ok? Cosa que JAMÁS sucederá. Así que ve quitando esa cara de gilipollas y no te hagas ilusiones.
-¿Y cómo conseguiremos sentarnos a su lado? No sé cómo se vería desde tu lado, pero por lo que recuerdo del instituto, no resulta muy sencillo sentarse tras la chica guapa…
-Fácil-cogió la chaqueta del chico, que la llevaba en una mano, se la anudó a la cintura realzando aún más su figura y, dando una vuelta de bailarina, se puso de pie frente a él con una gran sonrisa-. Resulta que esa puta ya no es la más guapa de la clase.



domingo, 10 de marzo de 2013

Problemas...

Un día más, salió de casa dando un portazo. Había vuelto a discutir con sus padres. Un cuatro y medio en mates no es destrozarse la vida, pensó al cruzarse con un indigente. Había cosas peores, como aquella chica del insti que se quedó embarazada con dieciséis años, el drogata del parque...o lo que se había hecho en las muñecas poco antes de empezar a gritar a su madre. Eso mismo que no sabía muy bien por qué hacía, pero con lo que se sentía bien. Lo mismo que sus padres habían decidido tomar por un intento de llamar la atención y cuya respuesta ante ello era ignorarlo.

Más historias.

Vacío.

Una vez más, llegó a casa, fue directamente a la habitación, dejo todo tirado en el suelo y se dejó caer sobre la cama sin hacer. No había sido un buen día. Pero tampoco malo. Sólo un día más. Otra jornada que acababa como la anterior y como, probablemente, acabaría la siguiente. Nada especialmente bueno ni malo ocurría nunca. Esa rutina acabaría con su vida. Ya no pedía un motivo para reír, ni siquiera para sonreír, se conformaba con uno para llorar. Una razón por la que estar triste, algo de lo que poder quejarse, alguien a quien odiar. Pero nada. No tenía absolutamente nada. Pero tampoco de nada le faltaba, ni siquiera tenía “necesidad” de algo. De algo concreto. Porque eso era precisamente lo que ansiaba: algo.
No algo bueno, simplemente algo. Una preocupación, un problema, un secreto. Un enemigo.  Un amor imposible. Una razón por la que existir. Un sentimiento. No sentía absolutamente nada. Puede que deseos. El deseo de saber qué desear. Y también vacío. Sí, sobre todo sentía vacío. Un enorme vacío existencial del que apenas alcanzaba a ver los límites: otras épocas de su vida, aparentemente lejanas, en las que sentía…cosas. Pero no, no lograba recordar cómo era eso de sentir.
Estiró el brazo hacia el escritorio sin levantarse de la cama (ventajas de tener un cuarto pequeño) y cogió un folio que parecía estar en blanco. Al menos por una cara, pues por la otra estaba pintarrajeado y lleno de tachones. Se resignó y se quedó con la parte limpia, pues para coger las hojas sin usar tendría que levantarse. ” ¿Por qué será considerada un pecado la pereza? Ni siquiera es agradable…”pensó mientras sacaba de su bolsillo el lápiz sin afilar que siempre solía llevar encima No sabía sobre qué escribir, el gran vacío de su interior también había acabado con su antigua creatividad. Cuando se dio cuenta, estaba garabateando. Otra hoja menos. Como si tuviera qué hacer con ellas…
Volvería a reutilizarla, seguro. Puede que en ese mismo instante. Sí, quedaba sitio de sobra entre los incoherentes trazos de su lápiz. Escribiría un poema. Sí, arte mayor, un soneto. Escribiría un soneto a… Ojalá tuviera a qué o quién escribirle. ¿Al vacío? No, no funcionaría. O tal vez sí. Pero en prosa. Y en tercera persona. Sobre todo eso, que parezca que habla de otra persona y que no se note que se siente así realmente. Empezaría con algo así como “otra vez”, ”de nuevo” o “una vez más”, repetiría un montón de veces la palabra vacío, como una media docena de veces. Y acabaría diciendo que no sabía cómo acabar, poniendo unos puntos suspensivos, por ejemplo…

jueves, 7 de marzo de 2013

El licántropo


Una noche más, salió en busca de incautas presas. Seguía sin acostumbrarse a aquel suelo pavimentado tan frío y duro, pero no podía volver a los campos: demasiados campesinos sedientos de venganza peinaban cada noche las tinieblas de los bosques buscando un culpable de su ruina…y sus difuntos. Al principio intentaba controlar sus nuevos y sanguinarios instintos, y cuando no podía, cazaba bestias salvajes, pero ya hacía tiempo que había aprendido a superar sus remordimientos, no le importaba acabar con la vida de los que antes eran sus conocidos e incluso amigos. Los humanos, ese asqueroso colectivo al que antes pertenecía, resultaban ser unas presas extraordinariamente sencillas de abatir.
 Las desapariciones despertaron una profunda sensación de miedo entre los aldeanos, pero de haber seguido así, la situación tal vez no habría llegado a tales extremos, pues no desató la ira de los lugareños hasta que empezó a atacar sus ganados. La carne de las domesticadas reses resultaba más sabrosa que la de las alimañas del bosque, y era incluso más fácil de conseguir que la humana, pero no tuvo en cuenta aquella cita que memorizó en sus aparentemente lejanos años de escolar, “El hombre olvida antes la muerte del propio padre que la pérdida del patrimonio”.
Y fue justo lo que pasó,  asesinó a docenas de campesinos durante lunas, y éstos no hicieron más que volver a casa con las últimas luces del ocaso y atrancar la puerta antes de dormir; pero en cuanto faltaron unas cuantas vacas y ovejas se plantearon reducir a cenizas la frondosa floresta que rodeaba la aldea, algo que no podía permitir. Ya no se consideraba, por suerte, perteneciente a repulsiva humanidad, ahora era parte de “la Naturaleza”, una bestia más, que luchaba por sobrevivir, no por someter, mataba por necesidad, no placer...aunque en su vida de antes no pudo ni imaginar un goce semejante al que experimentaba al sentir gorgotear en su boca la sangre emanante de la garganta de su víctima, llevándose, arrebatándole, “bebiéndose” su vida. Era un fluido cálido y pegajoso, repugnante cuando se paraba a analizarlo en los escasos momentos de lucidez que le permitía el estado de trance en el que salía a cazar, pero que disfrutaba con un deleite indescriptible mientras lo saboreaba.
Pero de ninguna manera podía consentir que por su culpa fuera destruido el bosque en el que habitaban las bestias que ahora consideraba  de su familia más que los hermanos con los que se crio. Aunque se alimentase de ellas. Volvió a intentar curarse, a reprimir su sed de sangre, pero no logró resistir así mucho tiempo. Volvió a verse forzado  a matar en el bosque. Tampoco consiguió mantenerse así demasiado, así que, resignado, retomó su hábito nutrirse a base de hombres, aunque totalmente decidido a no tocar ni una gallina del pueblo. Pero los habitantes no estaban dispuestos a consentirlo, y sembraron los límites de la aldea, los campos de cultivo e incluso los caminos de trampas, dispuestos a acabar con él de una vez por todas.
De modo que no fue por propia voluntad, le obligaron a alimentarse de humanos, pero no en aquellos hermosos parajes, sino en otro más desapacible, un lugar de fría piedra en el que no podía encontrar el cobijo de los árboles, ni el amparo de la oscuridad de la noche, que allí era mancillada con desagradables luces artificiales brillando en cada rincón, y que no cesaban hasta el amanecer. Sin embargo, aquel lugar estaba plagado de seres inofensivos y bastante inútiles, era bastante similar a los corrales de la aldea por lo que no le resultaba del todo desagradable, a efectos prácticos, era perfecto: si bien de día había abundantes presas donde escoger, de noche aquellos repulsivos seres con los que cada vez se identificaba menos, escaseaban bastante más, pero iban en solitario por las desiertas calles.
De día podía pasar desapercibido entre la multitud, a pesar de que su aspecto físico variaba lenta pero inevitablemente, difiriendo cada vez más del humano aspecto que tenía antes. Pero no más de lo que se diferencia una espina de una brizna seca de trigo: era una aguja en un pajar, en uno enorme. Además, si era necesario, conocía ciertos sectores de la ciudad en los que, entre mendigos y vagabundos, podría pasar desapercibido incluso cuando los viejos harapos con los que se cubría iban cubiertos de sangre fresca. Ya sólo le faltaba escoger, entre tantos, un espécimen sano junto con el que perpetuar su especie. Pero no esta noche. Tenía hambre. Mucha.


sábado, 23 de febrero de 2013

Capítulo 5.

CAPÍTULO 5.
A su lado había un montón de ropa de todo tipo, probablemente usada, posiblemente de muertos. Al incorporarse notó un fortísimo dolor en el cuello: la patada del ascensor casi se lo parte. Escogió unos vaqueros “normales” y una camiseta “normal. Al ir a ponerse el pantalón, vio que tenía el muslo vendado ¿habría sido ella? Probablemente. Pero a pesar de esto, y de que llevaba inconsciente y en ropa interior… no sabía cuánto tiempo, sintió algo parecido a vergüenza y vaciló unos instantes antes de sacarse la camiseta. Creyó notar una sonrisita disimulada en el rostro de la chica justo antes de que interrumpiera sus pensamientos diciendo fríamente:
-Tranquilo, que me giro-estaba sentada en el suelo frente a él, y en un rápido movimiento, se giró apoyando una mano en el suelo y se cubrió los ojos con la otra-. Algunas tenemos educación…
Parecí bastante molesta de verdad, pero tampoco había hecho nada malo…Resignado cogió la camiseta para ponérsela, pero entonces la chica añadió:
-Te perdono si te pones la verde. –Le estaba observando a través de un trocito de espejo que tenía en la mano con la que supuestamente se tapaba los ojos. El chico se sintió decepcionado, pero consigo mismo, por no haberse dado cuenta antes. Aun así, miró intrigado la camiseta que había dicho. En grandes letras moradas con purpurina sobre fondo verde ponía “Voy con la princesa”. Era improbable que ese tipo de camiseta fuera de chico.
-¿Sabes? Creo que podré vivir sin tu perdón….
Y en ese preciso instante, la furgoneta paró de un frenazo haciéndole caer justo al lado de ella, casi le cayó encima. Ambos empezaron a reír, pero la puerta se abrió y apareció el hombre al que dentro de poco conocería como “Jefe”. Llevaba un mono de trabajo que casi con total seguridad emplearía para colarse en alguna parte. Dudaba que los tópicos de las películas funcionasen…
-A ver si dejamos el magreo para otro rato. Que hay prisa. Como ya te habrá explicado la Rubia, tenéis que haceros pasar por universitarios, infiltraros en la facultad de derecho y secuestrar a la hija del ministro tal. Tienen programado un simulacro de incendio para dentro de algo menos de hora y media, lo que nadie sabe es que quince minutos después una bomba real hará derrumbarse el ala oeste del edificio. Para ese momento tenemos que habernos ido con la chica y sin que nadie la haya visto salir, ¿de acuerdo? ¿Todo claro?-Abrió una trampilla que ocupaba casi la mitad del suelo del vehículo y de un doble fondo en el que había dos cajas de cartón tan grandes como para llevar un cadáver, una carretilla de plataforma y varios subfusiles, entre otras cosas, sacó un par de mochilas y se las entregó- Ahí tenéis planos de la facultad, con la clase del objetivo y la ruta de evacuación marcadas, unas fotos de la chica y armas de fuego. Utilizadlas sólo si os descubren, si la operación fracasa, tendréis que haceros pasar por terroristas, y responsables de la explosión, con las consecuencias implícitas. También tenéis comunicación con la base y conmigo camuflada en unos cascos Apple. Éstos tienen un botón de emergencia que anulará la detonación de la bomba, pero más vale que no lo pulséis si apreciáis la vida en libertad… ¿preguntas?



viernes, 22 de febrero de 2013

Capítulo 4.

CAPÍTULO 4.
Nada de lo que le acababan de decir le sorprendía. Era evidente desde el principio quiénes eran, pero se había negado a verlo. No soportaba su situación actual, era cierto…pero tampoco le apetecía lo más mínimo volver a la guerra. Aunque en todo aquello, algo sonaba a operación especial divertida…emocionante…suicida. Sí, no podía estar tan mal. Pero mientras dudaba, y aunque no era necesario, pues estaba a punto de soltar el arma, la joven, apoyándose en la esquina del ascensor con las manos, le dio una patada en la cabeza con ambos pies que le hizo perder el sentido unos momentos más tarde. Unos momentos suficientes para ver como su pobre rehén caía degollado, desangrándose como un cerdo.
Despertó recostado de mala manera en la parte de atrás de una furgoneta, frente a la chica, que se estaba cambiando la ropa ensangrentada. Decidió esperar un poco para mostrarse consciente, pues no quería perderse semejante espectáculo. Su joven cuerpo era realmente hermoso, dudaba mucho de las palabras del que parecía ser su superior, era imposible que esa preciosidad hubiera estado en el frente como él, podría decirse que las vidas de ambos habían sido completamente diferentes. Y lo de “nada que perder”… puede que en eso sí coincidiera con ella, pero no con el suicida cuyo hermano había decidido limpiar su nombre arriesgando y perdiendo la vida. En todo aquello había algo que no encajaba, le ocultaban algo, estaba claro… ¿pero qué podía hacer él?
-Sé que estás despierto-dijo la que tenía toda la pinta de ser su futura compañera de armas mientras se metía otra ajustada camiseta. Era lo primero que le oía decir-. Abre los ojos  del todo, si te interesa puedes mirar cuánto quieras.
-¿Eh?-Se limitó a responder, haciendo como si acabara de despertarle.
-Total-continuó ella-ya te debo una patada desde que me miraste por la mirilla….
Y dicho esto, volvió a estirar repentinamente  ambas piernas hacia él, al tiempo que se ponía unos cortos pantalones. Esta vez no llegó a rozarle, y sus pies descalzos quedaron a escasos centímetros del pecho del chico, que, todavía algo aturdido, se estremeció de una forma exagerada, echándose hacia atrás bruscamente y chocando con la pared metálica de una forma bastante torpe.
-Joder con el veterano de guerra-soltó, entre risas-Anda, vístete… Ahí tienes algo de ropa, escoge lo que quieras… Pero recuerda que no debes llamar la atención, para este tipo de misiones hay que ir discretos.
Discretos. Acababa de decir que había que ir “discretos”. ¿Cómo era capaz de decir algo así? Ella llevaba unos cortísimos shorts que no dejaban nada a la imaginación, y una camiseta naranja fosforito, lo suficientemente ceñida como para hacer evidente que no llevaba nada debajo y cuyo estampado rezaba “teta izquierda” y  “teta derecha” en sendos círculos situados donde es obvio. 


martes, 19 de febrero de 2013

Capítulo 3.


CAPÍTULO 3.
El tal “Gordo” le hizo entrar en el ascensor de un empujón, lo que le hizo dar un traspiés que casi le hizo caer sobre la chica, en la que creyó ver un atisbo de sonrisa divertida aunque sabía cómo ocultarla bajo la que ya había identificado como su fachada de indiferencia. El hombre del sombrero sacó una vieja y oxidada pitillera del bolsillo interior de su americana. El aquel viejo objeto metálico encajaba a la perfección con su desdeñada apariencia. Dudo un instante si ofrecerle un cigarrillo, pero finalmente se decidió por encender el suyo y compartirlo con él echándole el humo a la cara mientras esperaba que “alguien” pulsara el botón que les haría bajar. Cuando su corpulento compañero se dio cuenta y pulsó precipitadamente el botón del primero y el de la planta baja a la vez, masculló algo entre dientes y volvió a escupirle el humo.
¿Quién era aquella gente tan rara? Policías desde luego que no: ni esposas, ni placas ni “queda usted detenido, y éstos son sus derechos, etc.” y toda esa parafernalia típica de la autoridad. ¿Secuestradores, entonces? Si así era, no tenían nada de aficionados…. No, tampoco tenía pinta de querer secuestrarle. Parecía que le conocían, y en ese caso, sabrían de sobra que no tendrían a quién pedirle rescate. No, sólo podían ser…
Frente a él, la chica miraba disimuladamente hacia su entrepierna desde hacía rato. Ojalá sólo estuviera malpensando sobre el bulto del cuchillo… Por un momento, esperó recibir una patada, tal y como decía la camiseta que tenía delante y que no podía evitar mirar. Bajó la mirada entre avergonzado y divertido, aquella chica conseguía, inexplicablemente, relajarle. Y entonces se dio cuenta: por su pierna, bajaba un hilito de sangre, el tropezón de hace un minuto le había hecho pincharse en el interior del muslo, y aunque no le dio demasiada importancia en el momento, parece que era algo serio. No, no le había lesionado; le había delatado.
No se atrevió a mirar a los otros dos, pero la joven le miraba con curiosidad, ahora a la cara. Esbozó lo mejor que pudo un falso gesto de dolor y en un movimiento muy lento al principio, como si fuese a palparse una profunda herida, y muy rápido después, sacó su arma blanca y en un instante la tenía apoyada en la garganta del asustado gordo. A pesar de su edad mediana, estaba claro que era un novato en todo aquello, sólo estaba allí por su imponente cuerpo, pues ni la chica ni el jefe, a pesar de las armas, ésta de fuego, que sacaron lograban intimidar ni a una ancianita.
-¡¿Quién coño sois y qué queréis de mí?! Como no me deis una respuesta antes de que se pare este maldito trasto juro que lo degolló aquí mismo…
-¿Acaso no era evidente?-respondió el del sombrero con mucha calma pero sin dejar de apuntarle con su revólver de gran calibre a la cabeza. Mostró el bolsillo de la pitillera, en el que llevaba colgada una placa o medalla de algún cuerpo especial cuyo nombre no recordaba-¿Te suena el dibujito? ¿Qué entendéis los jóvenes de hoy en día por estar en la reserva? Se tea yudó en lo posible por desmilitarizarte, por reinsertarte en esta, por cierto, decadente sociedad, pero los rechazaste todos y decidiste ir por tu cuenta. Sólo Dios y esta rubia saben lo que me ha costado encontrarte, ¿tan malas son las residencias para excombatientes? La guerra acabó, el ejército dejó de considerarte útil y fracasó en su intento de hacerte….ejem…menos inútil para la vida civil. Ahora hay un conflicto a punto de estallar, y el alto mando requiere gente como tú para una sencilla y breve pero arriesgada misión. Y no creas que hay tantos. Con tu experiencia en combate abierto, tu conocimiento de determinadas zonas, tu nada que perder, tus medallitas… El inepto del general al que corresponden ahora estas cosas, entre miles de excombatientes deseosos de volver a matar sólo ha considerados aptos a tres individuos: la rubia que te mira el paquete, un conocido, creo que hermano, del gordo que se te ha desmayado en brazos y que se suicidó hará cosa de un mes, y, por supuesto, usted.
>Así que deje de hacer el payaso, suelte ese jodido cuchillo y obedezca a su superior.


lunes, 18 de febrero de 2013

Bonita camiseta...

Capítulo primero.
Capítulo segundo.
Capítulo tercero.
Capítulo cuarto.
Capítulo quinto.
Capítulo sexto.
Capítulo séptimo.
Capítulo octavo.

Más historias.

Capítulo 2.

CAPÍTULO 2.
No, no esperaba a nadie. ¿Quién podría ser a estas horas? Era casi la hora de comer para la gente normal, la hora de levantarse para la gente como él. Cogió un cuchillo mientras sentía sus músculos tensarse a causa de la adrenalina. Tanto tiempo sin sentirse así le estaba volviendo loco, estaba impaciente por ver quién era y qué quería, pero se acercaba con el máximo cuidado de no hacer el mínimo ruido a la puerta. En cierto modo se sentía liberado, saboreaba el momento, disfrutaba a comprobar que seguía sin recordar qué era el miedo. La puerta sonaba como si la pensaran echar abajo. Aprovechando que en el rellano había más luz qué dentro del apartamento, pudo ver en las sombras que se colaban por la rendija bajo la puerta que sólo había un par de pies. Debería ser un buen gorila para aporrear la puerta de esa manera. Si querían hacerle algo…¿no sería más fácil llamar suavemente, “con cariño”? No, no habría colado.
Receloso de poder perderlo, acercó un ojo a la mirilla: Sólo había una chica, de unos dieciocho años y con una curiosa camiseta en la que ponía, a la altura del pecho, algo así como “cambio mirada a mis tetas por patada a tus huevos”. Movido por la curiosidad, cuya influencia en él siempre fue mayor que la de la conciencia del miedo, se ocultó el cuchillo como buenamente pudo en los calzoncillos y abrió la puerta. En ese instante, aparecieron dos hombres, uno a cada lado de la puerta. El primero, tan alto y corpulento que su agilidad llamaba la atención, se colocó antes de que pudiera darse cuenta detrás de él, bloqueándole el acceso a su propia vivienda. El otro, mucho más bajo y enjuto, se plantó frente a él, haciendo retroceder a la chica de la camiseta con un gesto y una mirada un tanto despectiva. Iba muy trajeado, incluyendo sombrero a juego con el formal pero arrugado traje gris. Tenía más ojeras incluso que ella, era evidente que habían pasado toda la noche y toda la mañana buscándolo.
-Por fin-se limitó a decir. Lanzó otra arrogante mirada, esta vez al tipo gordo.
-Vente con nosotros-dijo éste, empujándole hacia el ascensor, cuya puerta mantenía abiertas la chica, con un gesto ausente, como si nada de eso fuera con ella.
-¿Es que no pensáis dejar ni que me vista?-dijo XXXXXXXX, que aún iba sin pantalones y con la camiseta de tirantes que le servía de pijama, y vio en la oportunidad de volver a entrar la que sería su última ocasión para huir. No era más que un tercero, y el patio, al que daban casi todas las ventanas, estaba en el primero, por lo que la altura de la caída no sería más que la de dos pisos, y de techo bajo, por cierto. Eso le daría tiempo más que de sobra, pues él mismo sabía por experiencia lo difícil que resulta encontrar a alguien en un edificio así.
Sin esperar respuesta, se giró con su habitual sangre fría y toda la naturalidad que fue capaz de mostrar, dispuesto a entrar. Pero allí nadie estaba de humor, y el gigantesco hombre con cara de pocos amigos, cerró la puerta que tenía detrás y se apoyó en ella, cruzando los brazos.
-¿Cree que habrá que cachearlo, jefe?
-Tú no, Gordo. Depende de si la señorita tiene ganas de hacerlo ella…-podía intuirse la lascivia contenida en su voz.
Los tres miraron a la susodicha con curiosidad, pero ésta no les respondió más que dando media vuelta y entrando en el ascensor.
-Tiene razón. Como siempre-ahora se notaba que le fastidiaba reconocer que siempre le superaba, pero así era-. Se hace tarde, Gordo. Espabila.

Índice.

domingo, 17 de febrero de 2013

Capítulo 1

CAPÍTULO 1.
El día que todo cambió amaneció como otro cualquiera. Se acabó de despertar a las tantas, intentando recordar lo que había estado soñando, intentando revivirlo. Seguro que era mejor que su asquerosa vida. Sobre todo si era una pesadilla. Sí, al menos no sería tan terriblemente aburrida. Desistió, tirando al suelo las mantas y abriendo los ojos de golpe. Pero qué sucio está techo. Definitivamente, así estaba mejor. Al vivir solo en un apartamento no tenía que preocuparse de la opinión sobre su falta de orden y limpieza como cuando compartía un piso, y más si era con chicas como la última vez.  Además, el escaso dinero que le pasaba el programa de reinserción social no le permitía más que esas opciones.
Chicas…lo único en el mundo capaz de hacerle ordenar un poco todo aquello. Aunque viendo como todo… ¿pero cuánto hacía que no….? Cerró los ojos. Había vuelto a olvidar hacerlo. Es terriblemente difícil recordar hacer algo antes de abrirlos. A tientas, se puso en pie frente a la ventana, y abrió ésta de golpe a la vez que sus ojos. La cegadora luz del nuevo día casi le hizo caer de espaldas a la cama. Se dejó caer. Esto le despertaba del todo, aunque no le impedía seguir acostado pensando en cosas que pudiera hacer desde la cama. De momento, besar su pequeño crucifijo, única herencia de su difunto abuelo, en un gesto más mecánico que religioso, más por seguir con la costumbre que por agradecer el nuevo día, y, por su puesto, más por su abuelo que por Dios. Aunque de todo había un poquito…
Puso ambos pies en el suelo de forma brusca y casi simultánea, aunque siempre procuraba que el derecho rozase los fríos azulejos un instante antes. Para “empezar bien el día”. Estaba especialmente frío aquella mañana. Le encantaba eso. No sentía el barro subir por entre sus dedos, no sentía el calor de un sol golpeando las rocas verticalmente, ni un de esas pequeñas piedrecitas que se clavan, oculta bajo el polvo del camino, pero aquél frío matutino que se extendía por su piel haciéndole tensar los tendones de Aquiles era suficiente para recordarle que seguía vivo.
De camino al baño, mientras inclinaba la cabeza un lado para estirar el cuello, introdujo la mano en su pantalón para rascarse y colocarse todo, con la misma mano que un instante más tarde se frotaba los ojos, y justo después el trasero. ¿Por qué tenía que estar tan lejos el baño de la cama? Hizo sus necesidades apoyando la espalda en la pared. Eso le hizo alegrarse de no ser una tía, lo que le hizo pensar en tetas. Y esto, además de hacerle algo más difícil su tarea, le hizo pensar en pectorales, lo que le recordó que aún no había sus flexiones matinales. Hay que ver cómo funciona el cerebro, pensó, recién despertado…qué lógico es todo…y…¿Qué tenía que hacer ahora? Ya estaba buscando algo para desayunar. Desde luego, lógico no es sinónimo de rápido.
-La gente debería quedarse con que me acuesto casi al amanecer escribiendo poesía y llorando por ti-Se dijo a sí mismo, aunque hablando al guardapelo con apenas unos cabellos de su difunta prometida y mientras miraba los sucios dedos de sus propios pies-. No con cómo me despierto…
Entonces, y por fin de forma definitiva, volvió a la realidad por enésima vez aquella mañana: alguien golpeaba violentamente la puerta gritando su nombre.

Índice.

martes, 12 de febrero de 2013

Corre que te pilla.


El gélido viento cortaba la piel de su rostro, a pesar de la humedad, penetraba en sus ojos secándolos hasta impedirle llorar. Era una de esas invernales noches tenebrosas en las que, a pesar  el fuerte viento que corría en dirección contraria a su alocada carrera por un bosque mucho más oscuro de lo que lo recordaba, había una densa niebla que no le permitía ver qué tenía dos pasos más adelante. Llevaba las piernas arañadas de las zarzas del camino, si es que podía llamarse así a la estrecha y vieja senda que seguí, las plantas de los pies le dolían más de lo que jamás podría haber imaginado, y sentía su corazón a punto de estallar, sin embargo, no podía permitirse descansar si quería seguir con vida al amanecer.
Por fin, alcanzó lo que parecía la cima de… algo; al menos durante un rato no tendría que seguir cuesta arriba, pero en su nueva posición, el viento que silbaba entre los árboles haciéndolos oscilar, era más intenso aun. El frío de la noche helaba la superficie de su piel, agarrotaba los dedos de sus manos, pero en el interior de sus miembros, los músculos ardían en un esfuerzo sobrehumano que sólo el terror a una espantosa y próxima muerte puede provocar. El frígido aire, que entrecortadamente penetraba en sus pulmones, se clavaba en el ardiente interior de su pecho en una sensación nada agradable que le hacía intentar aguantar la respiración a cada paso que daba; pero su agitado corazón no dejaba de exigirle oxígeno que bombear a sus exhaustos miembros.
Apoyó una de sus ateridas manos en el tronco de un árbol para recobrar algo de aliento. Le dolía respirar. No había sido buena idea parar. Sus piernas se entumecían por momentos, era cuestión de tiempo, poco tiempo, que dejaran de responderle. Y entonces, justo entonces, pudo oírlo, nítidamente a pesar del viento: un cercano aullido de lobo que le hizo dilatar sus pupilas más aún, y echarse de nuevo a correr, esta vez colina abajo. De pronto, el ulular de un pequeño búho, cuyos ojos resplandecían de forma siniestra en la casi total oscuridad, le hizo dudar de lo que acaba de escuchar, y se río para sí mientras intentaba esbozar una sonrisa con los labios paralizados y amoratados del frío el miedo.
Un crujido en la rodilla, un espasmo en el pecho, un golpe en la cabeza, una creciente mancha roja en su pelo que relucía a la escasa luz de la Luna, un cuerpo que, ya inerte y ante los atónitos ojos verdes del persecutor que ya se limita a observar, rueda entre rocas hasta, finalmente, detenerse contra el tocón de un viejo roble. 

LA MÍO NO ES PONER TÍTULOS...SI ALGUIEN COMENTA, QUE DIGA SI SE IMAGINA CHICO O CHICA AL PROTAGONISTA.

viernes, 4 de enero de 2013

Trincheras.


No era la primera vez que saltaba a una trinchera para salvar la vida al oír disparos, ni sería la última, si Dios quería, pero hacía bastante tiempo de la anterior, hacía meses que no se sentía tan vivo al escuchar disparos, abalanzarse tras cualquier cosa que pudiera servir de cobertura, y un par de segundos más tarde, ver las balas de mosquete volar sobre su cabeza. Se odiaba a sí mismo, se sentía cínico y despreciable al alegrarse de ver caer a sus compatriotas mientras él seguía vivo…no podía evitarlo, sólo autoimponerse la penitencia de jugarse la vida intentando ser SIEMPRE el primero en volverse a levantar y asomarse a disparar.
 Pero cuando mataba a un “malo”… ese momento sí que lo disfrutaba, se enorgullecía de su propia puntería, de su pulso firme…pero sobre todo, de su sangre fría. Claro, que luego el arrepentimiento era aun mayor: se sentía culpable de no sentirse culpable por arrebatar una vida humana (al pensar en esto besó su crucifijo, lo llevaba desde niño al cuello, pues era toda la herencia que había recibido de su abuelo, a pesar de ser su único nieto con vida) a un completo desconocido que, aunque nunca se podía estar seguro de ello, a él personalmente no le había hecho nada…aunque a los suyos sí. Y a pesar de que la vida de éstos le importaba poco más que la de los piojos que cada noche le impedían dormir a gusto, a veces trataba de autojustificarse intentando hacerse creer a sí mismo que actuaba de ese modo por vengarles.
Escupió la punta de papel del cartucho mientras y volvió a besar su crucecita apoyada en el hombro mientras con ambas manos y en un movimiento tan rápido como mecánico, que ya realizaba sin mirar, introducía la bala por el cañón de su viejo arcabuz y soplaba la mecha para avivarla. Llevaba más de año y medio en retaguardia, ensillando caballos a oficiales con mejor estrella que él, expoliando y arrasando las últimas propiedades de los campesinos de aquellas extrañas tierras que aún se negaban a abandonar sus hogares, o haciendo tranquilas guardias nocturnas en los pobres almacenes donde guardaban las escasas provisiones que algún lejano rey (ya ni sabía quién era)de su lejana patria se dignaba a enviar a los hombres que le mantenían en el poder. Era su “permiso” más largo desde que, arruinado, abandonó su pueblo para buscar una nueva oportunidad en el glorioso ejército que anunciaban las oficinas de reclutamiento.
Volvió a besar la cruz, en el mismo gesto con el que soplaba de nuevo la mecha de su arma. Era su particular ritual que realizaba antes de disparar desde…desde siempre. De crío soplaba a las piedras del tirachinas para que le dieran suerte. Hecho esto, se levantó, apuntó… Y diana. Como siempre. Los gritos de dolor le aseguraron que el desgraciado estaría incapacitado para volver a matar, pero vivo. No había segado otra vida, pero seguro que sí había salvado alguna de las de los suyos.
Estos pensamientos eran lo único que le mantenían con vida y le permitían seguir adelante, pensó acariciando con un dedo el colgante de su prometida, fallecida ésta prematuramente, y desliando su cordón de la cadena del crucifijo. Era precioso…con calaveras, pero precioso. “Ahora eres novio de la muerte, ¿no?” dijo cuando se lo regaló. Lo estaba dejando. Le quería…pero lo dejó. Ella sólo intentaba persuadirle de la idea de ir a la guerra, pero el muy idiota creyó que era porque había perdido sus propiedades y ya no podría darle la vida que le había prometido, y esa misma tarde se alistó. Claro, que todo eso no lo supo hasta que un año más tarde tuvo noticias de su muerte.
Por los insultos en otra lengua que salían de su trinchera supuso también era alguien importante, o tal vez querido entre sus compañeros. Y por la ráfaga de proyectiles que se clavaban, o rebotaban en los tablones contra los que estaba apoyado. Pero no era suficiente para hacerle salir de sus pensamientos y sus recuerdos. Hasta que de pronto, oyó  a alguien acercarse corriendo; eran varios. Sacó la espada, la corta, no esa enormidad  que usaba en caballería, y se puso en pie. Entonces, una de las balas que se estrellaban contra la trinchera no hizo tal y le dio de lleno en la nuca, logrando sacar en un instante, esta vez sí, todo lo que un día llegó a pensar, amar e incluso desear. Llegaron corriendo sus compañeros de la trinchera próxima, maldiciendo unos y riendo otros: la ciudad se había rendido hacía un par  horas. Éste sería el último soldado caído, y los rebeldes de enfrente que ahora levantaban una improvisada bandera blanca, sería juzgados esa misma noche y ahorcados al amanecer. 


Más historias.


Relatos.

Pregunta antes de disparar. (Larga, medio erótica y medio de intriga).

Sí estaba, esperaba tan preocupado como avergonzado en el pasillo. (Cortita, anoréxica, hospitales y amores raros).

Trincheras. (Cortita, belicista, pero con poca acción y mucha reflexión).

Corre corre. (Cortita, siniestra, final abierto).

Veinte añitos. (En segunda persona, más que narración, redacción).

Bonita camiseta... (Larga, de momento inacabada, espionaje, puede que algo bélica).

Hombre lobo. (Cortita, tan currada y original(sarcasmo) como el título, más psicología y reflexión que acción).

Vacío. (            ).

Problemas... (Muy cortita, creo que inacabada, anorexia).

Padre de familia. (Familia muerta, triste, longitud media, muy triste, tragedia, muy muy triste).

Dobles. (Larga, suicidio, medio erótica, final abierto).
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