-¡Déjame! –dijo ella, cubriéndose la boca llena con una mano
y poniendo su súper mirada suplicadora y un tono de voz de niñita buena y
desvalida- Hacía años que no comía tan bien… bueno…que no comía tanto…
-Y nunca había comido tanto. No para desayunar, al menos.
-Ni yo en tan buena compañía.
-¿Ah, no -Replicó él, con sorna levantándose dispuesto a no
dejarla comer en paz-…? ¿Acaso mi yo de ayer no te gustaba…? Con lo bueno que
era… Si él no te hacías… ¡Esto!
Según iba hablando se había colocado tras ella, que lo
ignoraba y seguía comiendo con gran parsimonia, y comenzó a chincharla como un
niño pequeño a su hermana. Empezó picándole la cintura con los dedos, y
tirándole suavemente del pelo, pero ante su indiferencia, “subió de tono” un
poco, echándole miguitas por el escote, y soplándole al oído. No reaccionaba, y
lo tomó como que le intentaba demostrar lo poco que la lograba molestar. Como
un desafío. Solían jugar a cosas así… Pero cuando comenzó a morderle una oreja
y a pellizcarle los pechos, se dio cuenta de su error. La chica subió los
hombros, y se cruzó de brazos, cubriéndose como pudo, sollozando y agachando la
cabeza, dejando que sus dorados cabellos le cubriesen el rostro congestionado.
-Princesa -acertó a musitar, sorprendido, mientras le
acariciaba ambos brazos como si quisiese darle calor. Así, encogida y
temblorosa, daba la impresión de que tenía frío. Y le besó la coronilla, a lo
que respondió bajándola aún más -… Tu último desayuno…
-No es eso –el chico la abracaba ahora por detrás, en un
movimiento tan disimulado como involuntario le acariciaba el pecho con los
brazos. Ella le frenó con un manotazo en la entrepierna que ni ella misma
sabría decir si fue cariñoso o…”defensivo”, pero sin saber por qué mantuvo ahí
sus dedos unos instantes hasta retirar la mano lentamente-. Es que… Dios, ni
siquiera has dicho “nuestro” desayuno. Nunca valoras lo que es importante para
mí… Empiezo a dudar…tal vez ni siquiera quieras hacer…lo que vamos…lo que creía
que íbamos…a hacer. No te lo tomas en serio, no paras de bromear sobre el
morir…
En ese momento sintió cómo el abrazo que la envolvía desde
atrás se volvía más frío. No sabría explicarlo, ni decir en qué, el chico no
hizo ningún movimiento concreto, pero lo sentía. Tal vez fuera eso: había
dejado de moverse, los brazos que rodeaban su cuerpo se habían vuelto rígidos,
como petrificados, casi inhumanos. “Qué gilipollez”, pensó. Pero lo cierto es
que tampoco él decía nada.
Pues claro que no decía nada. ¿Y qué iba a decir? Su
princesa se había pasado. Pero lo peor de todo es que tenía que permitírselo, y
no porque estuviese llorando, porque aún estaba adormilada, ni siquiera porque
hubiera empezado él, sino porque sabía que, en el fondo, tenía razón.
Le dolía que dudase de su amor. Él mismo nunca había estado
tan seguro de algo como de que la quería. Y además, sabía que su actitud
despreocupada y optimista de reírse y bromear con los problemas era lo que –al
menos en parte- la había enamorado, pero tenía que admitir que a veces también
la molestaba. Pero después de tanto tiempo, debería saber que que bromease, no
significaba que se tomase algo en serio. Y eso le dolía…
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¿PERO QUÉ HISTORIA MÁS MALA? ¿DÓNDE ESTÁ EL SEXO DURO?
ResponderEliminarPeeero como no me dejas que te comente me callo y y y te como.