Haciendo un grandísimo esfuerzo, se levantó de la mesa
dejando los restos de lo que había sido el último desayuno de ambos. Esperaba
que el idiota de su novio, por una vez, fuese capaz de apreciar esa clase de detalles. Se besaron.
Sin más. Fue un beso largo, pero sin anda que lo hiciese especial. Y aunque
dejar la mesa puesta e irse –o más bien, querer hacerlo- a la cama ocupaba una
parte importante de sus pensamientos, su cabeza seguía llena de ideas, muchas
absurdas, según podía reconocer ella misma, sobre el más allá. Era, cuanto
menos curioso ver cómo cuanto más se afanaba en evitar pensar algo, más se
enquistaba en su mente.
“Maldito subconsciente”, pensó. La relación con su
subconsciente siempre había sido algo tensa, pues aunque ella no se consideraba
especialmente inteligente, siempre lo había considerado superdotado. Pero un
poquito cabrón.
No como el tontorrón al que estaba besando. Le había cogido
la mano, poniéndosela tras sus rodillas, pero no consiguió de él más que, en un
alarde de necedad, le agarrase el trasero.
Un poquito muy cabrón. Cuando trataba de concentrarse en
algo, se le ocurrían geniales ideas de los más diversos temas sobre las que
pensar, pero cuando trataba de evitar pensar en algo, no podía dejar de
hacerlo, por ejemplo. Y, por supuesto, en los primeros….noventa segundos tras
salir de un examen, recordaba todas las respuestas que había dejado en blanco.
Sintió que la aupaba hasta sentarla en la mesa. Hacía ya
varios minutos que sus labios no se despegaban.
Fue por aquellos tiempos, cuando aún iba al instituto,
cuando decidió que su subconsciente sería del sexo masculino. Hasta entonces
había sido una especie de amiga imaginaria. No estaba loca, sabía que no era
real. Tal vez de muy niña –no lo recordaba-, sí “la veía”, y al empezar la
escuela, como suele pasar a las chicas más bonitas, estuvo un poco marginada en
clase, era algo solitaria, así que se dijo que no estaría mal tener una amiga
imaginaria. Aunque realmente no la tuviera. Pero años más tarde, si oba a estar
presente en sus masturbaciones, prefería que fuese “un” amigo.
Sintió como el pecho del chico se abalanzaba contra ella,
oprimiéndole el suyo y haciéndola caer tumbada sobre la mesa. Suavemente, pues
la cogía rodeando sus brazos con un hombro, mientras con la otra mano sujetaba,
acariciándola, su nuca, sin dejar de besarla, ahora por el cuello.
Una taza, o algún otro objeto de cerámica cayó al suelo,
haciéndose pedazos. Pero no le importaba. Ya no. Después de todo, pensó en un
tono sarcásticamente solemne debido a las circunstancias en que se encontraba
su cuerpo físico, no estaba tan mal tener un subconsciente así. A menudo
recurría a él, le “invocaba”, en las aburridas sesiones de sexo, convirtiéndolas en tríos en los que actuaba susurrándole
ideas al oído, o haciéndola acariciarse a sí misma. Y, además, pensar en todo
esto, como en ese momento, le permitía evadirse y olvidarse de…aquello que
quisiera olvidar. Como lo que habría tras la Muerte, y el interés de la Iglesia
por ocultarlo, evidenciando que, de una manera u otra lo conocía.
Susurró un “mierda” al volver a recordarlo que, casualidad o
no, coincidió con el paso de besos a mordisquitos en su cuello. Y fue en ese
instante cuando se dio cuenta de que, esta vez, no necesitaría a su imaginación
para pasarlo bien. Y devolviendo como pudo algunos de esos cariñosos mordiscos,
le hizo desaparecer, como a ese fiel amigo al que cuando sabe que sobra, le basta
una mirada para esfumarse, aun sabiendo que al día siguiente volverá pidiendo
una explicación, que ya conoce, cuando lo que en verdad quiere son los detalles
que no le darás.
Desistió. Se dejó morder. Volvía a parecer ausente, pero no
pensaba ya en nada, simplemente…disfrutaba. Se mordía los labios de placer.
Llegó incluso a hacerlos sangrar. Decidió entonces tomar la iniciativa.
Desclavó las uñas de los brazos del chico, llegando casi a asustarse al ver lo
profundo de las heridas que le había causado, agarrándole los hombros para
hacerle girar y situarse encima. Así podría dejar a la sangre caer en sus
labios. Cayó sobre su pecho. Y él sobre los afilados restos de la porcelana
rota, pero no pareció importarle, porque lo único que hizo fue levantarle el
vestido, y volverse a sorprender de que no hubiese bajo él la más mínima
prenda…
Capítulo siguiente.
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