El cielo amanecía claro y despejado. Los cristales del
amplio ventanal, impolutos como siempre, impedía que la suave pero gélida brisa
propia de enero penetrase en la habitación, permitiendo así que los amantes que
habían dormido en su interior pensar que hacía un buen día. Hasta hacía sol.
Ella despertó primero. Y sabía que el buen tiempo en aquella
época del año no era más que mera ilusión. Pero le gustó el día que acababa de
ver empezar, desde que la claridad previa al alba iluminó el cielo, hasta que
los primeros rayos tiñeron de innumerables tonos púrpura las escasas nubes, que
se empequeñecían en el horizonte, como dejando paso al astro rey.
Era un buen día para morir, se dijo a sí misma en voz no lo
suficientemente alta como para arriesgarse a despertarlo, pero sí como para
sentirse una idiota que hablaba sola. Aunque en cuestión de una fracción de segundo,
este sentimiento desapareció, convirtiéndose en una amplia sonrisa no mucho
menos idiota.
Y decidió despertar a quien consideraba el amos de su –corta-
vida. Su sonrisa se llenó entonces de esa picaresca que tanto le gustaba a él,
y cuidadosamente para no hacer ruido, se acercó al extremo de la ventana, abrió
las cortinas de par en par, inundando el que habría de ser el lecho de sus
prematuras muertes con una embriagadora luz matinal que cubrió el rostro del
chico sin que este de inmutase siquiera.
La sonrisa volvió a ser idiota. Y feliz. Y tranquila. Pero
sobre todo sincera. Con cierto aire melancólico. Cerró entonces las
translúcidas cortinas lentamente, y se quitó su corto insinuante camisón,
quedando totalmente desnuda. Y se acostó con delicadeza sobre el pecho de él,
que por fin despertó.
Buenos días, le dijo. Y le besó la frente apartándole el
flequillo con la nariz.
-Hoy sí –suplicó ella-. Por favor…
-En fin- suspiró él. La cogió por los brazos, tal vez con
demasiada fuerza, como suele pasar cuando aún se están desperezando los
músculos, y girando ambos, se puso sobre ella, enredándose en las sábanas -…
Pero tendrás que vestirte- añadió tan amable y cariñosamente como pudo. Ella
susurró un gracias, y tras besarle la mejilla sin afeitar, se escabulló de
entre sus brazos más rápidamente de lo que él hubiese querido, haciendo brincar
alegremente sus atributos femeninos de camino a la habitación contigua, en la
que se encontraba el armario.
-Y habrá que desayunar bien –Añadió casi a gritos. Y se
dirigió a la cocina.
Capítulo siguiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario