jueves, 24 de abril de 2014

Capítulo 1.

El cielo amanecía claro y despejado. Los cristales del amplio ventanal, impolutos como siempre, impedía que la suave pero gélida brisa propia de enero penetrase en la habitación, permitiendo así que los amantes que habían dormido en su interior pensar que hacía un buen día. Hasta hacía sol.
Ella despertó primero. Y sabía que el buen tiempo en aquella época del año no era más que mera ilusión. Pero le gustó el día que acababa de ver empezar, desde que la claridad previa al alba iluminó el cielo, hasta que los primeros rayos tiñeron de innumerables tonos púrpura las escasas nubes, que se empequeñecían en el horizonte, como dejando paso al astro rey.
Era un buen día para morir, se dijo a sí misma en voz no lo suficientemente alta como para arriesgarse a despertarlo, pero sí como para sentirse una idiota que hablaba sola. Aunque en cuestión de una fracción de segundo, este sentimiento desapareció, convirtiéndose en una amplia sonrisa no mucho menos idiota.
Y decidió despertar a quien consideraba el amos de su –corta- vida. Su sonrisa se llenó entonces de esa picaresca que tanto le gustaba a él, y cuidadosamente para no hacer ruido, se acercó al extremo de la ventana, abrió las cortinas de par en par, inundando el que habría de ser el lecho de sus prematuras muertes con una embriagadora luz matinal que cubrió el rostro del chico sin que este de inmutase siquiera.
La sonrisa volvió a ser idiota. Y feliz. Y tranquila. Pero sobre todo sincera. Con cierto aire melancólico. Cerró entonces las translúcidas cortinas lentamente, y se quitó su corto insinuante camisón, quedando totalmente desnuda. Y se acostó con delicadeza sobre el pecho de él, que por fin despertó.
Buenos días, le dijo. Y le besó la frente apartándole el flequillo con la nariz.
-Hoy sí –suplicó ella-. Por favor…
-En fin- suspiró él. La cogió por los brazos, tal vez con demasiada fuerza, como suele pasar cuando aún se están desperezando los músculos, y girando ambos, se puso sobre ella, enredándose en las sábanas -… Pero tendrás que vestirte- añadió tan amable y cariñosamente como pudo. Ella susurró un gracias, y tras besarle la mejilla sin afeitar, se escabulló de entre sus brazos más rápidamente de lo que él hubiese querido, haciendo brincar alegremente sus atributos femeninos de camino a la habitación contigua, en la que se encontraba  el armario.
-Y habrá que desayunar bien –Añadió casi a gritos. Y se dirigió a la cocina.


Capítulo siguiente.

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