El gélido viento cortaba la piel de su rostro, a pesar de la
humedad, penetraba en sus ojos secándolos hasta impedirle llorar. Era una de
esas invernales noches tenebrosas en las que, a pesar el fuerte viento que corría en dirección
contraria a su alocada carrera por un bosque mucho más oscuro de lo que lo
recordaba, había una densa niebla que no le permitía ver qué tenía dos pasos
más adelante. Llevaba las piernas arañadas de las zarzas del camino, si es que
podía llamarse así a la estrecha y vieja senda que seguí, las plantas de los
pies le dolían más de lo que jamás podría haber imaginado, y sentía su corazón
a punto de estallar, sin embargo, no podía permitirse descansar si quería
seguir con vida al amanecer.
Por fin, alcanzó lo que parecía la cima de… algo; al menos
durante un rato no tendría que seguir cuesta arriba, pero en su nueva posición,
el viento que silbaba entre los árboles haciéndolos oscilar, era más intenso
aun. El frío de la noche helaba la superficie de su piel, agarrotaba los dedos
de sus manos, pero en el interior de sus miembros, los músculos ardían en un
esfuerzo sobrehumano que sólo el terror a una espantosa y próxima muerte puede
provocar. El frígido aire, que entrecortadamente penetraba en sus pulmones, se clavaba
en el ardiente interior de su pecho en una sensación nada agradable que le
hacía intentar aguantar la respiración a cada paso que daba; pero su agitado corazón
no dejaba de exigirle oxígeno que bombear a sus exhaustos miembros.
Apoyó una de sus ateridas manos en el tronco de un árbol
para recobrar algo de aliento. Le dolía respirar. No había sido buena idea
parar. Sus piernas se entumecían por momentos, era cuestión de tiempo, poco
tiempo, que dejaran de responderle. Y entonces, justo entonces, pudo oírlo, nítidamente
a pesar del viento: un cercano aullido de lobo que le hizo dilatar sus pupilas
más aún, y echarse de nuevo a correr, esta vez colina abajo. De pronto, el
ulular de un pequeño búho, cuyos ojos resplandecían de forma siniestra en la casi
total oscuridad, le hizo dudar de lo que acaba de escuchar, y se río para sí
mientras intentaba esbozar una sonrisa con los labios paralizados y amoratados
del frío el miedo.
Un crujido en la rodilla, un espasmo en el pecho, un golpe
en la cabeza, una creciente mancha roja en su pelo que relucía a la escasa luz
de la Luna, un cuerpo que, ya inerte y ante los atónitos ojos verdes del persecutor que ya se limita a observar, rueda entre rocas hasta, finalmente,
detenerse contra el tocón de un viejo roble.
LA MÍO NO ES PONER TÍTULOS...SI ALGUIEN COMENTA, QUE DIGA SI SE IMAGINA CHICO O CHICA AL PROTAGONISTA.
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