No, no esperaba a nadie. ¿Quién podría ser a estas horas?
Era casi la hora de comer para la gente normal, la hora de levantarse para la
gente como él. Cogió un cuchillo mientras sentía sus músculos tensarse a causa
de la adrenalina. Tanto tiempo sin sentirse así le estaba volviendo loco, estaba
impaciente por ver quién era y qué quería, pero se acercaba con el máximo cuidado
de no hacer el mínimo ruido a la puerta. En cierto modo se sentía liberado, saboreaba
el momento, disfrutaba a comprobar que seguía sin recordar qué era el miedo. La
puerta sonaba como si la pensaran echar abajo. Aprovechando que en el rellano
había más luz qué dentro del apartamento, pudo ver en las sombras que se
colaban por la rendija bajo la puerta que sólo había un par de pies. Debería
ser un buen gorila para aporrear la puerta de esa manera. Si querían hacerle
algo…¿no sería más fácil llamar suavemente, “con cariño”? No, no habría colado.
Receloso de poder perderlo, acercó un ojo a la mirilla: Sólo
había una chica, de unos dieciocho años y con una curiosa camiseta en la que
ponía, a la altura del pecho, algo así como “cambio mirada a mis tetas por
patada a tus huevos”. Movido por la curiosidad, cuya influencia en él siempre
fue mayor que la de la conciencia del miedo, se ocultó el cuchillo como
buenamente pudo en los calzoncillos y abrió la puerta. En ese instante,
aparecieron dos hombres, uno a cada lado de la puerta. El primero, tan alto y
corpulento que su agilidad llamaba la atención, se colocó antes de que pudiera
darse cuenta detrás de él, bloqueándole el acceso a su propia vivienda. El
otro, mucho más bajo y enjuto, se plantó frente a él, haciendo retroceder a la
chica de la camiseta con un gesto y una mirada un tanto despectiva. Iba muy
trajeado, incluyendo sombrero a juego con el formal pero arrugado traje gris.
Tenía más ojeras incluso que ella, era evidente que habían pasado toda la noche
y toda la mañana buscándolo.
-Por fin-se limitó a decir. Lanzó otra arrogante mirada,
esta vez al tipo gordo.
-Vente con nosotros-dijo éste, empujándole hacia el ascensor,
cuya puerta mantenía abiertas la chica, con un gesto ausente, como si nada de
eso fuera con ella.
-¿Es que no pensáis dejar ni que me vista?-dijo XXXXXXXX, que
aún iba sin pantalones y con la camiseta de tirantes que le servía de pijama, y
vio en la oportunidad de volver a entrar la que sería su última ocasión para
huir. No era más que un tercero, y el patio, al que daban casi todas las
ventanas, estaba en el primero, por lo que la altura de la caída no sería más
que la de dos pisos, y de techo bajo, por cierto. Eso le daría tiempo más que
de sobra, pues él mismo sabía por experiencia lo difícil que resulta encontrar
a alguien en un edificio así.
Sin esperar respuesta, se giró con su habitual sangre fría y
toda la naturalidad que fue capaz de mostrar, dispuesto a entrar. Pero allí
nadie estaba de humor, y el gigantesco hombre con cara de pocos amigos, cerró
la puerta que tenía detrás y se apoyó en ella, cruzando los brazos.
-¿Cree que habrá que cachearlo, jefe?
-Tú no, Gordo. Depende de si la señorita tiene ganas de
hacerlo ella…-podía intuirse la lascivia contenida en su voz.
Los tres miraron a la susodicha con curiosidad, pero ésta no
les respondió más que dando media vuelta y entrando en el ascensor.
-Tiene razón. Como siempre-ahora se notaba que le fastidiaba
reconocer que siempre le superaba, pero así era-. Se hace tarde, Gordo.
Espabila.
Índice.
Índice.
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