-…Y veinte –se dijo en voz alta a sí mismo agachándose a
recoger un clip del suelo.
Como cada día al volver de su aburrido trabajo en el
hospital se desvió un poco del camino en línea recta que le llevaba a su casa
para ir a comprar el pan. No tenía hambre –de hecho, nunca tenía- pero como
todos los asquerosos humanos, él también necesitaba comer de vez en cuando. Al
llegar a la panadería dio los buenos con su característico tono formal (tampoco
aquel día le contestó nadie), y esperó pacientemente su turno como solía. Su
media jornada acababa poco antes que las clases de un parvulario cercano y las
madres acudían a comprar el pan y demás a aquella tiendita que también era
frutería, verdulería, pescadería y carnicería, según le apeteciese al proveedor
aquella semana, pues mandaba lo que quería, lo que le sobraba de abastecer a
tiendas mayores, seguramente, pero al dueño no parecía importarle. O tal vez
era él quien lo pedía todo así…
Pero aquella mañana difirió en algo de las anteriores: la
vio. Demasiado joven para ser madre, apenas llevaba una barra de pan y una
pequeña bolsa cuyo contenido no pudo ver. Ya estaba pagando cuando él llegó, y
unos instantes después de haber entrado, salió ella, regalándole una breve y tímida
sonrisita al cruzarse. En ese momento, deseó que a la chica se le cayese algo
para recogérselo y poderla llamar, o que se diese cualquier otro motivo para
salir del local tras ella… pero nada sucedió. Jamás le había importado la
opinión de la gente, no necesitaba un motivo para darse media vuelta y seguirla…pero
no sólo habría resultado sospechoso, también inútil. Así que, con gran pesar,
decidió no hacer nada y, metiendo las manos en los bolsillos, jugueteó con el
clip, una tuerca, y las monedas con las que pagaría en cuanto le diesen
ocasión.
No era alguien a quien le interesasen las relaciones
personales, ni mucho menos enamorarse, ni siquiera el sexo le interesaba apenas…
pero sabía reconocer la belleza que había en el mundo, ya fuera en un cielo estrellado o en la
fachada de una catedral gótica, en las rápidas aguas cristalinas de un arroyo
que se acerca a una cascada o en el tercer movimiento de la novena sinfonía de
Beethoven. Y estaba seguro de que el cuerpo desnudo de aquella joven rubia de
hermosa sonrisa pero ojos tristes, oculto tras su descuidado atuendo, era de
una exquisita hermosura digna de ser
contemplada.
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Me gusta n.n
ResponderEliminar¡¡Gracias, deconocid!! n.n
Eliminarno soy una desconocida :c
EliminarPor supuesto que no! Eres...eres...quién eres? xD
Eliminarmuy bueno e interesante, siguela cuando puedas.
ResponderEliminarGracias, anónimo...pero ya hay tres capítulos xD
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