El día que todo cambió amaneció como otro cualquiera. Se
acabó de despertar a las tantas, intentando recordar lo que había estado
soñando, intentando revivirlo. Seguro que era mejor que su asquerosa vida.
Sobre todo si era una pesadilla. Sí, al menos no sería tan terriblemente
aburrida. Desistió, tirando al suelo las mantas y abriendo los ojos de golpe.
Pero qué sucio está techo. Definitivamente, así estaba mejor. Al vivir solo en
un apartamento no tenía que preocuparse de la opinión sobre su falta de orden y
limpieza como cuando compartía un piso, y más si era con chicas como la última
vez. Además, el escaso dinero que le
pasaba el programa de reinserción social no le permitía más que esas opciones.
Chicas…lo único en el mundo capaz de hacerle ordenar un poco
todo aquello. Aunque viendo como todo… ¿pero cuánto hacía que no….? Cerró los
ojos. Había vuelto a olvidar hacerlo. Es terriblemente difícil recordar hacer
algo antes de abrirlos. A tientas, se puso en pie frente a la ventana, y abrió
ésta de golpe a la vez que sus ojos. La cegadora luz del nuevo día casi le hizo
caer de espaldas a la cama. Se dejó caer. Esto le despertaba del todo, aunque
no le impedía seguir acostado pensando en cosas que pudiera hacer desde la
cama. De momento, besar su pequeño crucifijo, única herencia de su difunto
abuelo, en un gesto más mecánico que religioso, más por seguir con la costumbre
que por agradecer el nuevo día, y, por su puesto, más por su abuelo que por
Dios. Aunque de todo había un poquito…
Puso ambos pies en el suelo de forma brusca y casi
simultánea, aunque siempre procuraba que el derecho rozase los fríos azulejos
un instante antes. Para “empezar bien el día”. Estaba especialmente frío
aquella mañana. Le encantaba eso. No sentía el barro subir por entre sus dedos,
no sentía el calor de un sol golpeando las rocas verticalmente, ni un de esas
pequeñas piedrecitas que se clavan, oculta bajo el polvo del camino, pero aquél
frío matutino que se extendía por su piel haciéndole tensar los tendones de
Aquiles era suficiente para recordarle que seguía vivo.
De camino al baño, mientras inclinaba la cabeza un lado para
estirar el cuello, introdujo la mano en su pantalón para rascarse y colocarse
todo, con la misma mano que un instante más tarde se frotaba los ojos, y justo
después el trasero. ¿Por qué tenía que estar tan lejos el baño de la cama? Hizo
sus necesidades apoyando la espalda en la pared. Eso le hizo alegrarse de no
ser una tía, lo que le hizo pensar en tetas. Y esto, además de hacerle algo más
difícil su tarea, le hizo pensar en pectorales, lo que le recordó que aún no
había sus flexiones matinales. Hay que ver cómo funciona el cerebro, pensó,
recién despertado…qué lógico es todo…y…¿Qué tenía que hacer ahora? Ya estaba
buscando algo para desayunar. Desde luego, lógico no es sinónimo de rápido.
-La gente debería quedarse con que me acuesto casi al
amanecer escribiendo poesía y llorando por ti-Se dijo a sí mismo, aunque
hablando al guardapelo con apenas unos cabellos de su difunta prometida y mientras miraba
los sucios dedos de sus propios pies-. No con cómo me despierto…
Entonces, y por fin de forma definitiva, volvió a la
realidad por enésima vez aquella mañana: alguien golpeaba violentamente la
puerta gritando su nombre.
Índice.
Índice.
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