martes, 19 de febrero de 2013

Capítulo 3.


CAPÍTULO 3.
El tal “Gordo” le hizo entrar en el ascensor de un empujón, lo que le hizo dar un traspiés que casi le hizo caer sobre la chica, en la que creyó ver un atisbo de sonrisa divertida aunque sabía cómo ocultarla bajo la que ya había identificado como su fachada de indiferencia. El hombre del sombrero sacó una vieja y oxidada pitillera del bolsillo interior de su americana. El aquel viejo objeto metálico encajaba a la perfección con su desdeñada apariencia. Dudo un instante si ofrecerle un cigarrillo, pero finalmente se decidió por encender el suyo y compartirlo con él echándole el humo a la cara mientras esperaba que “alguien” pulsara el botón que les haría bajar. Cuando su corpulento compañero se dio cuenta y pulsó precipitadamente el botón del primero y el de la planta baja a la vez, masculló algo entre dientes y volvió a escupirle el humo.
¿Quién era aquella gente tan rara? Policías desde luego que no: ni esposas, ni placas ni “queda usted detenido, y éstos son sus derechos, etc.” y toda esa parafernalia típica de la autoridad. ¿Secuestradores, entonces? Si así era, no tenían nada de aficionados…. No, tampoco tenía pinta de querer secuestrarle. Parecía que le conocían, y en ese caso, sabrían de sobra que no tendrían a quién pedirle rescate. No, sólo podían ser…
Frente a él, la chica miraba disimuladamente hacia su entrepierna desde hacía rato. Ojalá sólo estuviera malpensando sobre el bulto del cuchillo… Por un momento, esperó recibir una patada, tal y como decía la camiseta que tenía delante y que no podía evitar mirar. Bajó la mirada entre avergonzado y divertido, aquella chica conseguía, inexplicablemente, relajarle. Y entonces se dio cuenta: por su pierna, bajaba un hilito de sangre, el tropezón de hace un minuto le había hecho pincharse en el interior del muslo, y aunque no le dio demasiada importancia en el momento, parece que era algo serio. No, no le había lesionado; le había delatado.
No se atrevió a mirar a los otros dos, pero la joven le miraba con curiosidad, ahora a la cara. Esbozó lo mejor que pudo un falso gesto de dolor y en un movimiento muy lento al principio, como si fuese a palparse una profunda herida, y muy rápido después, sacó su arma blanca y en un instante la tenía apoyada en la garganta del asustado gordo. A pesar de su edad mediana, estaba claro que era un novato en todo aquello, sólo estaba allí por su imponente cuerpo, pues ni la chica ni el jefe, a pesar de las armas, ésta de fuego, que sacaron lograban intimidar ni a una ancianita.
-¡¿Quién coño sois y qué queréis de mí?! Como no me deis una respuesta antes de que se pare este maldito trasto juro que lo degolló aquí mismo…
-¿Acaso no era evidente?-respondió el del sombrero con mucha calma pero sin dejar de apuntarle con su revólver de gran calibre a la cabeza. Mostró el bolsillo de la pitillera, en el que llevaba colgada una placa o medalla de algún cuerpo especial cuyo nombre no recordaba-¿Te suena el dibujito? ¿Qué entendéis los jóvenes de hoy en día por estar en la reserva? Se tea yudó en lo posible por desmilitarizarte, por reinsertarte en esta, por cierto, decadente sociedad, pero los rechazaste todos y decidiste ir por tu cuenta. Sólo Dios y esta rubia saben lo que me ha costado encontrarte, ¿tan malas son las residencias para excombatientes? La guerra acabó, el ejército dejó de considerarte útil y fracasó en su intento de hacerte….ejem…menos inútil para la vida civil. Ahora hay un conflicto a punto de estallar, y el alto mando requiere gente como tú para una sencilla y breve pero arriesgada misión. Y no creas que hay tantos. Con tu experiencia en combate abierto, tu conocimiento de determinadas zonas, tu nada que perder, tus medallitas… El inepto del general al que corresponden ahora estas cosas, entre miles de excombatientes deseosos de volver a matar sólo ha considerados aptos a tres individuos: la rubia que te mira el paquete, un conocido, creo que hermano, del gordo que se te ha desmayado en brazos y que se suicidó hará cosa de un mes, y, por supuesto, usted.
>Así que deje de hacer el payaso, suelte ese jodido cuchillo y obedezca a su superior.


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