CAPÍTULO 8.
Tras poco más de diez minutos hablando en los que
Sara se mordía la lengua, literalmente y casi hasta hacerla sangrar, para
reprimir sus sentimientos hacia la chica de pelo bermejo, empezó a pensar
cuánto tiempo más podría aguantar. Pero debía un par de favores y el objetivo
de la misión era medianamente honrado… Dejar bien a la policía, hacer sufrir a
un corrupto, recuperar fondos para la seguridad en centros públicos… y
demostrar a una niñata que su padre le importaba, y también ella a él. Y en
cuanto a los remordimientos por derribar una facultad a mitad de curso (¿remordimientos?
Ni que fuera ella quien activaría la bomba…) no eran tan fuerte como los celos
que le hacía sentir por alguien que acababa de conocer y que ni siquiera le
importaba. Porque desde luego que no le importaba ese pringado… En un momento,
en que los tres se quedaron sin palabras y no sabían qué decir, el chico dijo:
-Creo que seguimos –un plural, evidentemente
usado para reconfortar a Sara, que consiguió su objetivo- sin saber tu nombre…
Ella sonrió y sin decir nada, cogió el móvil de
él, que estaba sobre la mesa, y apuntó su número, con el nombre de Neus.
“Llámame”, dijo. Y se giró a seguir haciendo como que copiaba algo de la
pizarra. Desconcertado, casi desorientado, se giró hacia su compañera, a la que
consideraba una experta, preguntándole con la mirada qué hacer ahora. Pero en
su mirada no vio más que un odio –injustificado, a su parecer- hacia esa clase
de chicas que calentaban al personal para nada. Pero entonces oyeron que Neus
susurró un impaciente “¿a qué esperas?”.
Quería una perdida para guardar su número… Pues
claro… Así que llamó. Pero en cuanto su teléfono, que por supuesto no estaba
silenciado, sonó, la chica se lo llevó al oído hablando sola, se puso en pie, y
salió como si nada. Ahora también Sara estaba perdida, y ambos se miraron de
igual a igual….durante unos segundos. Lo que tardó en llegar un mensaje
preguntando cuánto pensaban hacerla esperar. Ambos salieron apresuradamente, de
no ser porque Sara la cogió, él se habría dejado la carpeta con los planos de
la facultad… Cuando salieron de la clase, se la encontraron tumbada
completamente en las escaleras en las que hacía unos minutos habían estado
sentados. Era la personificación del “quiero lo que quiero cuando quiero”.
-¿Y ahora qué?-preguntó al verlos.
-Si no te da miedo que este cabrito venda tus
órganos en Asia –dijo sorprendiendo a éste con un puñetazo seguido de un beso
en la mejilla-, tenemos una furgoneta ahí fuera… ¿Qué dices?
-Que estoy en desventaja, sois dos para una…al
menos deberíais invitarme antes a tomar algo,
¿no? Espero que la furgoneta sea para ir a algún sitio mejor…
-Si te hace ilusión-dijo él, despegando los
labios por fin- podemos meter un colchón en la parte de atrás, pero tenemos un
amigo que hace poco ha abierto un local a diez minutos de aquí y se alegrará de
ver que le llevamos clientes.
-¿Ahora…? –dijo ella haciéndose de rogar- mejor
dadme un minuto que entro a por mis cosas.
Y volvió a entrar en la clase, dejando a los dos
tan atónitos como era de esperar.
-¿Cómo dices lo de los órganos…? Podrías haberla
espantado…
-Sí, claro –respondió ella, picada-… Es evidente
el sentido de la responsabilidad de esta chica… Me pregunto hasta qué punto
hacemos un bien al mundo salvándola…
Esto le recordó que pronto todo el edificio
volaría por los aires, y se miró el reloj. Aún tenían más de veinte minutos
antes de que empezara el simulacro de incendio. Por el momento, todo iba bien.
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