Dolía mucho más sacarse los trozos de porcelana que
clavárselos, pensó. El dolor no le dejaba pensar en otra cosa. Ni siquiera en
como agradecerle que se los estuviera extrayendo ella. También trataba de
relajar la espalda, pero cada vez que sentía cómo le introducía las pinzas(o
las uñas, pues no recordaba si la había visto coger pinzas) no podía evitar
volver a tensar hasta el último músculo, cerrando las heridas y endureciendo su
carne, lo que dificultaba notablemente la labor de la chica.
“A la orden”, dijo él, riendo para disimular el daño que le
hacía, cuando le volvió a repetir que se estuviese quieto. Pero no podía
evitarlo, realmente dolía mucho… y ahora ella creería que lo hacía a propósito,
para… fardar de espalda musculosa, por ejemplo. Era ridículo, ni siquiera la
tenía “ancha”. Se hartó. Estaban en la cama, así que fue a darse la vuelta para
cogerla y… Y suerte que estaban en la cama, porque el brazo le falló,
haciéndole hincar la cara en la almohada. Peor habría sido contra el suelo… Con
el mismo brazo, hundió dos dedos en una herida bastante grande se quitó un trozo bastante grande. El mayor
de todos.
-¡Vaya! –exclamó ella- ése lo dejaba para el último, de
postre.
También ella bromeaba, pero no para disimular nada, sino
para animarle, y compensarle, al menos un poco. Había sido ella la que le había
hecho…eso.
-Pues se acabó el jugar a los médicos –le respondió.
Nada más decirlo se arrepintió de haber sonado tan…borde. En
realidad no estaba enfadado, ni siquiera dolido. Bueno, dolido sí, pero sólo
físicamente. No la culpaba de nada. Hasta lo grave de las consecuencias, le
había parecido bien que le tirase de la mesa, de hecho le había encantado. Odiaba
a la gente hipócrita que apoyaba cierta forma de actuar en los demás, hasta que
algo salía mal, y entonces, cuando más se necesita a alguien…te dejan tirado.
Lo había vivido. Y varias veces. Odiaba a muchos tipos de personas, a mayoría,
pero especialmente a éstos.
También odiaba las consecuencias de las cosas, como las
horas de dolor por un momento de placer. Pero bueno, así era la vida. “C’est la
vie”, se dijo. Y aunque casi nunca fumaba, en ese momento le habría gustado
soltar una bocanada de humo. En lugar de ello, le besó en un pecho que parecía
casi salirse del vestido, como
accidentalmente. Seguro que lo hacía a propósito. Besó el otro, y le pareció
ver, antes de cerrar los ojos, que estaba, al igual que el vestido y las
sábanas, salpicado de sangre. Ya no le dolía, pero sabía que ella sí que seguía
sintiéndose culpable, y quería que se le olvidase. Por un momento, se preguntó
cuáles serían las consecuencias de todo aquello, si es que las tenía.
Porque todo tenía consecuencias. Otra cosas que no le
gustaba de la vida…otro motivo para dejarla tirada y colgarse. Aunque la verdad
es que a él las consecuencias poco le importaban. Normalmente, se tomaba las
cosas con su idiosincrático estoicismo optimista: no importaba lo que hiciera,
pero tendría sus repercusiones. Y tampoco importaba éstas, fueran las que
fueran, siempre tendrían su lado bueno. O, al menos, su lado gracioso. Para él,
la solución de los problemas consistía en buscárselo.
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