Minutos después, tras preparar el generoso desayuno, sacó un
cigarrillo y se apoyó en la ventana para esperarla. Ni siquiera le gustaba
fumar, y menos en ayunas. Pero sabía que era malo para la salud, y ya que iban
a morir… Aunque en realidad, el dudaba. Un poco, al menos. Ahora que le iba
bien… “Y tan bien”, se dijo al mirar a la ventana que había enfrente: era la
habitación en la que ella se cambiaba. O más bien seguía buscando algo que
ponerse. Podía verla claramente en un gran espejo que había justo frente a la
ventana…
Realmente era un fastidio. Toda una putada, por qué no
decirlo. No quería morir. Apenas hacía dos meses que habían empezado a vivir la
vida. Ya hacía casi un año que se conocían, pero no fue hasta el cumpleaños de
ella cuando decidieron que iban a morir juntos, que no iba a pasar a pasar de
los veinte. Fue entonces cuando lo planificaron todo.
Su mano inexperta sacudió la ceniza del cigarrillo. Resignado
a que era incapaz de no mirar a la ventana de enfrente, dejó de tratar de
concentrarse en los gorriones que cantaban al nuevo día en un árbol cercano. Y
siguió pensando en las últimas semanas. En la decisión que habían tomado. La
idea era sencilla: vender cuanto tenían, gastar todo el dinero en caprichos
efímeros (como la existencia humana) y en cuanto se acabase, colgarse. De una
viga. Juntos.
Él lo había vendido todo, salvo la ropa que ahora mismo
llevaba puesta –después había comprado más y mejor, pero éste seguía siendo su
capricho favorito-, y su vieja máquina de escribir. En cuanto a ella…confiaba
en la chica que le había convencido de aquella locura, tanto como en él mismo,
pero aunque su familia siempre había sido un tema tabú desde el principio,
sabía que debía ser bastante rica. Y su habilidad para gastar el dinero en
vestiditos bonitos se lo demostraba. Seguramente no le había mentido y había
vendido cuanto tenía, pero fácilmente podría haber conseguido más. La antigua
mansión en la que ahora mismo estaban la habían alquilado con lo que sacaron al
vender un deportivo, según ella, heredado.
Una ráfaga de viento tan frío que hizo enmudecer un momento
a los pajaritos le hizo volver al “ahora”. Ya veía a la chica. Después de todo,
no era tan difícil no fijarse en ella, lo había hecho sin darse cuenta. Ser rio
para sí. Tiró el más de medio cigarro que le quedaba, cerró la ventana, y se
volvió hacia la puerta dispuesto a esperarla con la mejor de las sonrisas. No iba
a permitir que las dudas y sospechas sobre el incierto origen de la chica de la
que estaba locamente enamorado le hicieran desconfiar de su amor, ni que le
arruinasen su último día con ella.
Y volvió a sus pensamientos. No es que no quisiera morir.
Había jurado hacerlo. Y a la persona que amaba. Y se consideraba de esos pocos
–y en peligro de extinción- que aun preferirían perder la vida a la palabra
dada. Sí, prefería morir a vivir sin nada, sin bienes terrenales, ni palabra...
ni amor. Quería morir. Pero no le parecía algo “bueno”, por lo que no quería
que ella muriese. Por eso, aunque no estaba seguro, esperaba que su plan…
Capítulo siguiente.
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