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martes, 6 de agosto de 2013

Tercer capítulo.

Acabó de comer sin dejar de pensar en su sonrisa. Hacía bastante que no se obsesionaba tanto con algo. Casi olvida prepararse para su…cometido. Casi pero no. Cogió todos sus efectos personales y se dispuso a salir. En caso de no volver, y ya que no tenía familia ni nadie que se preocupase por su desaparición, quería que su cadáver resultase fácil de identificar. Tenía en el antebrazo un diminuto tatuaje de una calavera pirata, de apenas un centímetro de largo, pero con sus dos tibias cruzadas y todo. Pero duda que nadie lo supiera…  Al igual que casi nadie, según él, sabía todo lo que significaba: rebeldía ante el sistema, crueldad sin límites, uso del terror y el miedo como herramientas para sus fines, frivolidad ante la vida, y recordatorio de la Muerte. Y de lo impredecible e inevitable que es ésta.
Se entretuvo pensando en trivialidades apenas relacionadas con ello mirando su propio antebrazo durante horas, hasta que la luz solar que entraba por la ventana a su espalda se tornó naranja anunciando la inminente puesta de sol. Casi apresuradamente, bebió tanta agua la sed de las horas sin hacerlo le pedían, fue al lavabo, y volvió a la ventana.

Algunas cosas cambian y otras siguen igual, decían en un videojuego frente al que solía pasar las tardes años atrás. Y podría cambiar la gente, la ciudad, el paisaje… pero aquel sol, el sol, era el mismo que en tiempos  pretéritos había inspirado la erección (cuando pensaba en estas cosas no era capaz de captar los dobles sentidos en su propio pensamiento) de Stonehenge y el viaje de Colón, y la construcción de las pirámides y la invención del astrolabio…pero también había contemplado la marcha de legiones romanas y tercios viejos, y masacres como la de Amberes, Cartago, Auschwitz,  o las de los nueve saqueos de Roma. Y ahí seguía. Impasible. Alumbrando con su poderosa luz a los hombres en su actos, buenos, malos, o peores. La belleza de este sentimiento era lo suficientemente hermosa para ser digna de recordarse con una eterna, o al menos vitalicia, cicatriz, decidió, así que, sin apartar sus contraídas y doloridas pupilas del astro rey, sacó la más pequeña y afilada navaja de las cuatro que llevaba y se hizo u diminuto pero profundo corte en su hombro. Y salió a las, ahora oscuras, calles. 

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miércoles, 3 de julio de 2013

Segundo capítulo.

Al llegar al portal de su casa, no pudo evitar que lo que vio le hiciera sonreír: Un camión, o más bien una furgonetilla de una empresa de mudanzas, aparcada justo delante. El apartamento  contiguo al suyo estaba vacío desde hacía meses, así que había un nuevo vecino. O vecina. Nunca había visto a la chica de la panadería, debía de ser nueva en la zona, ¿por qué no su vecina? Al pasar junto a las cajas de cartón, que le parecieron muchas para un apartamento tan pequeñito, su mano, casi involuntariamente, se metió discretamente en una de ellas y cogió lo que parecía un sombrero de juguete, de unos dos centímetros.
-Pobre playmobil vaquero- pensó mientras murmuraba “veintiuno” entre dientes, echándoselo al bolsillo- se quedó sin gorrito.
Bruscamente, como si le hubiera sorprendido, apareció en la puerta un hombre gordo y algo calvo, y con un gran bigote, pero a pesar de su serio semblante, le ofreció una mano con la que estrechó la suya con una sincera sonrisa apenas perceptible bajo su enorme mostacho.
-Soy Pedro, el nuevo residente el segundo C –dijo con un fuerte acento que no supo situar-. Creo que ahora seremos vecinos.
-Puerta con puerta. Segundo D. Supongo que nos veremos a menudo…-y siguió andando.
Aunque odiaba las presentaciones, despedidas, y todo lo que se pareciese a una situación social, sabía perfectamente cómo comportarse y normalmente trataba de ser bastante más educado, casi en exceso, pero tenía prisa, necesitaba ordenar sus pensamientos (y sentimientos) sobre la chica que acababa de ver, y sobre el hombre que ocupaba el que podía ser su apartamento. Y aun le abordó la idea de que fuera su padre o algo así cuando subía por las escaleras, pero antes de llegar a su piso ya había caído en la cuenta de que aquellas viviendas no eran especialmente amplias para una familia. Y aunque podría ser un hermano mucho mayor o un padre separado o soltero o viudo o cualquier otra historia… ¿a dónde había ido ella sino a su casa? Si acababa de comprar el pan…

“¿Y por qué no me saco de la cabeza a alguien que jamás volveré a ver?” pensó cuando….cuando pudo. Estando ya sentado en el suelo de su habitación. Se levantó estirando el cuello y vació sus bolsillos en el cajón que tenía especialmente para ello. Cartera, móvil, auriculares, libreta, bolígrafo,… y su “chatarra”. Ya estaba casi lleno. 

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martes, 2 de julio de 2013

Psicopatilla CASI enamorado

-…Y veinte –se dijo en voz alta a sí mismo agachándose a recoger un clip del suelo.
Como cada día al volver de su aburrido trabajo en el hospital se desvió un poco del camino en línea recta que le llevaba a su casa para ir a comprar el pan. No tenía hambre –de hecho, nunca tenía- pero como todos los asquerosos humanos, él también necesitaba comer de vez en cuando. Al llegar a la panadería dio los buenos con su característico tono formal (tampoco aquel día le contestó nadie), y esperó pacientemente su turno como solía. Su media jornada acababa poco antes que las clases de un parvulario cercano y las madres acudían a comprar el pan y demás a aquella tiendita que también era frutería, verdulería, pescadería y carnicería, según le apeteciese al proveedor aquella semana, pues mandaba lo que quería, lo que le sobraba de abastecer a tiendas mayores, seguramente, pero al dueño no parecía importarle. O tal vez era él quien lo pedía todo así…
Pero aquella mañana difirió en algo de las anteriores: la vio. Demasiado joven para ser madre, apenas llevaba una barra de pan y una pequeña bolsa cuyo contenido no pudo ver. Ya estaba pagando cuando él llegó, y unos instantes después de haber entrado, salió ella, regalándole una breve y tímida sonrisita al cruzarse. En ese momento, deseó que a la chica se le cayese algo para recogérselo y poderla llamar, o que se diese cualquier otro motivo para salir del local tras ella… pero nada sucedió. Jamás le había importado la opinión de la gente, no necesitaba un motivo para darse media vuelta y seguirla…pero no sólo habría resultado sospechoso, también inútil. Así que, con gran pesar, decidió no hacer nada y, metiendo las manos en los bolsillos, jugueteó con el clip, una tuerca, y las monedas con las que pagaría en cuanto le diesen ocasión.

No era alguien a quien le interesasen las relaciones personales, ni mucho menos enamorarse, ni siquiera el sexo le interesaba apenas… pero sabía reconocer la belleza que había en el mundo,  ya fuera en un cielo estrellado o en la fachada de una catedral gótica, en las rápidas aguas cristalinas de un arroyo que se acerca a una cascada o en el tercer movimiento de la novena sinfonía de Beethoven. Y estaba seguro de que el cuerpo desnudo de aquella joven rubia de hermosa sonrisa pero ojos tristes, oculto tras su descuidado atuendo, era de una exquisita hermosura  digna de ser contemplada.

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