jueves, 24 de abril de 2014

Capítulo 4.

Sobreponiéndose a sus pensamientos lúgubres y oscuros sobre su destino –el destino que habían escogido-, trataba de romper el hielo, pero al momento rectificó, retirando el pie, eso sí, muy lentamente, de la pierna del apenas sorprendido chico. Seguramente, él también tendría en qué pensar. Cierto era que aquélla sería su última comida juntos. Pero también iba a ser su última comida. A secas. Su última comida en esta vida, en este mundo. Claro, que…puede que en el otro también se comiera. Aunque era improbable que en el infierno de los suicidas les fuesen a permitir hacerlo juntos. Y mojó una galleta en el vaso de leche que él se llevaba a los labios, haciéndole interrumpir su movimiento para ofrecérselo con una sonrisa. Al fin y al cabo, se dijo, él era su vida. Y lo mejor de todo, es que sabía que era mutuo. Hasta el mismo Satán habría de reconocer que se querían. Y tendría que hacerlo antes que se pusiera el sol.
Siempre había sido una chica valiente, o al menos se consideraba tal. A menudo se sorprendía de su propia frivolidad al hablar –o pensar- de tan macabros temas. Desde niña le atrajeron esas cosas. No soportaba un cuento sin brujas, ogros atormentados, o maldiciones por incumplir la palabra dada. Y aunque nunca creyó del todo, tampoco era totalmente escéptica. No podía cree en un infierno que no había visto, pero tampoco dejar de temer algo cuya inexistencia era indemostrables…
Lo que había tras la Muerte, pensaba mientras se relamía sacando de su bolsita un dulce alargado lo más sugerentemente que pudo, siempre había sido un misterio. La Iglesia siempre lo había ocultado concienzudamente: ha buscado la felicidad de la gente mediante su ignorancia. Y eso demostraba que sabían algo más. Y por tanto, que lo había.
Semana Santa y Todos los Santos en los equinoccios, Navidad y San Juan en los solsticios…ha erradicado a las demás culturas y se ha apropiado de sus costumbres, eclipsándolas con las suyas propias. Ha quemado libros y cerrado bocas durante siglos; cruzadas, guerras santas, evangelizaciones, expulsiones, inquisiciones…no hay ni que leer la mitad del primer libro de la Biblia para ver cómo es castigado el conocimiento, materializado en una manzana prohibida.
Y todo eso sin dejar de predicar la bondad como la máxima del cristianismo. Tal vez de verdad sea éste el mal menor, pero… ¿de qué quieren protegernos? ¿Realmente merece la pena? ¿Y si era verdad todo lo que había leído sobre el tema? Bendiciones, exorcismos, y expulsiones de seres malditos e infernales, alejados de este mundo hasta el día del Apocalipsis. ¿Por qué no? “¿Why not?”, susurró. Y, temiendo que le hubiera escuchado –aunque no fue así- y le preguntase a qué venía eso, apoyó rápidamente su pie descalzo en la entrepierna del chico, que se atragantó.
-Me gusta cuando callas, porque estás como ausente –recitó él- luego me pateas y que AÚN no estás muerta.
Ambos rieron. La chica temía haberle hecho daño, pero tampoco fue así. Él le cogió suavemente la pierna con ambas manos, y dejándola en el suelo, con delicadeza y muy lentamente, besó su rodilla y añadió:

-¿Dónde quedó lo de dejar un cadáver bonito? ¡Deja de comer, cerdita!


Capítulo siguiente.


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