Y es que era cierto que no quería morir. ¿Cómo iba a querer
perderla para siempre? Pasemos del mundo y suicidémonos juntos. Sonaba
precioso., pasar de todo menos de ella. Pero también suponía pasar de ella. Y
se convertía en pasar de todo POR ella. Y eso ya no era tan bonito, porque
estaba incluida en el “todo”.
También notó cómo su propio abrazo se volvía frío, y trató
de evitarlo acariciándole el pelo con la nariz y musitando te quieros y
disculpas. Pero con una frivolidad y de una forma tan mecánica que se asqueó a
sí mismo. En el fondo sabía que tenía razón. Siempre la tenía… Le había dolido
que dudase de su amor, pero… ¿Y si volvía a acertar y realmente no la quería?
No, imposible. Moriría por ella. De hecho…iba a hacerlo. Sin querer pero lo
haría. Por amor. Volvía a sonar bonito. Aunque sí había querido hacerlo.
“Antes”. Cuando lo veía como algo lejano, como una vía de escape del mundo. No
obstante, ahora, a medida que se acercaba, el mundo empezaba a gustarle.
Pero había dado su palabra. Su palabra. No dejaba de repetirse
eso, parecía que lo hacía más por honor que por amor. Amor u honor, la eterna
cuestión. Había leído como grandes autores como Calderón, Galdós o Shakespeare
la habían trabajado, pero esta vez se presentaba de una forma distinta, ya no
se trataba de respetar lo que dictase uno u otro, sino realizar lo que ambos
coincidían en exigirle, y no saber a cuál se estaba obedeciendo.
Esta vez fue un gemido de placer lo que le hizo salir de sus
cavilaciones: sin darse cuenta le estaba lamiendo el cuello. ¿Qué más daba el
motivo? Esa misma noche estaría muerto. Había cosas mejores en las que pensar.
Y la prometida “Gran Despedida” de este mundo era una de ellas. Además, si
siguiera viviendo, ya no sería esa vida, ni en esa compañía. No merecía la
pena.
Amor u honor... a
estas alturas, eso ya era lo de menos. Pero lo cierto es que a él también le
habría gustado escribir sobre el tema antes de… morir. Morir. Iba a morir. No
le parecía ya bueno ni malo, sólo que aún le costaba creerlo. Morir. “Mo…rir…”,
susurró entre dientes antes de hincarlos con suma delicadeza en la piel del
cuello de la chica, a la que parecía habérsele pasado todo. Y de pronto se
interrumpió. “dejemos esto para dentro de un rato”, dijo. Y comenzó a articular
torpemente palabras en algo parecido a una disculpa que acabó cuando, esta vez
ella, le besó.
-Sé que me quieres –fue cuanto dijo, con sencillez y
humildad, en un tono tan indiferente que le recordaba a una niña pequeña.
Y lo decía sinceramente. También ella renunciaba a sus
profundas lucubraciones, prefería dejar sus ideas a media a permitirle que le
estropeasen sus últimas horas. Por un lado, si iban a suicidarse porque se
querían, era evidente que se querían; y por otro, si no sabía lo que había tras
la vida, por muchas vueltas que le diese, no iba a averiguarlo antes del
disparo. Claro, que eso no suponía una gran espera…
Capítulo siguiente.
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