lunes, 23 de julio de 2012

EPÍLOGO. Por fin!!! Sé que es largo, pero quien haya leído el resto sabe que quedaban bastantes cabos que atar.


EPÍLOGO.
Noa observaba desde el suelo cómo la mujer que le había apuñalado se levantaba y se iba como si nada con el otro hombre. Cuando le atravesó la garganta (dolió menos de lo que esperaba, aunque le dejó sin fuerzas y cayó al suelo casi al instante, fulminado), entró en una especie de sueño en el que podía oírles hablar como un eco lejano, y del que no salió hasta que, al arrancarle la navaja de la herida, un dolor agudo e insoportable le recordó que seguía vivo. Entonces, abandonando los delirios de su imaginación, con los sentidos embotados y los nervios crispados, su memoria le hizo revivir las últimas horas de su corta vida.
La “aventura” comenzó ayer por la tarde, cuando su primo Danny y él decidieron ir desde la casa de éste, andando, hasta el poblado vecino, que era un “pueblo fantasma”, a ver a su abuela, la única habitante del abandonado pueblo a excepción de sus numerosos gatos, que campaban a sus anchas por todo el lugar. Gatos como el que ahora mismo estaba bebiendo del charco de sangre que había dejado en el suelo el acompañante de la chica que había intentado matarle. Y que, quizás, lo conseguiría sin tener que hacer nada más, sin siquiera darse cuenta, pasado un rato, cuando su cerebro acabase de cansarse del todo y decidiera descansar para siempre. Quiso apartar estas ideas y otras similares de sus pensamientos apartando la mirada del asqueroso animal, pero sus fuerzas le fallaron cuando intentó girar la cabeza, de lo que se alegró al recordar que tras él estaba el desfigurado cadáver de Danny.
Así que optó por cerrar los ojos y seguir recordando. Habían llegado al pueblo casi a las diez de la noche, pero, aunque en Sierra Andrea siempre refrescaba, también era allí verano, y aún estaba anocheciendo. Llegando, en la carretera, encontraron uno de tantos gatos…sólo que éste estaba  “un poquitín” aplastado…sobre todo la cabeza. Pero Danny lo cogió por el rabo para enseñárselo a su abuela y enterrarlo en su jardín. Así de…así era él. Tras una pequeña discusión, decidieron que merecía una digna sepultura, así que, aunque no fuera en el jardín, le enterrarían en el campo que había pegando a la cuneta, que estaba “blando” y en el que era fácil cavar con las manos. Alumbrándose con mecheros (iban preparados para todo) acabaron la macabra tarea y se dirigieron a la gasolinera,  que era la única tienda del pueblo, a por refrescos.
Ahí es donde todo empezó. Pues se encontraron al “gasolinero” tendido en el suelo boca abajo. Muerto. Noa no pudo evitarlo: cubriéndose la boca con ambas manos, corrió al baño a vomitar. Acababa de arrodillarse cuando Danny lo llamó –¡Viene alguien!- dijo. A unos cincuenta metros había un coche, con el motor apagado pero las luces encendidas. Y se oía a alguien discutir, así que al menos eran dos. Y seguramente discutían por haber dejado ahí el cuerpo a la vista de inoportunos testigos. Como ellos. Le dijo que no saliera, que él se escondería cerca y que no les habían visto. El asustado chico, en principio, salió corriendo hacia la casa de su abuela, pero antes de llegar, pensó que ésta se enfadaría por haber abandonado así a su primo, así que se quedó por allí cerca…más o menos cerca…
Noa pudo oírlo perfectamente desde donde se encontraba: el “¿Hay alguien?” que acababan de decir en la puerta sonó con la voz más inocente del mundo, una voz como de niña. Al menos había una chica entre quienes habían matado al pobre gasolinero. Intentaba no moverse ni producir el menor sonido, pero estaba temblando como no lo había hecho en su vida, sus dientes tiritaban, sus manos temblaban como si tocase el piano, y sus rodillas entrechocaban violentamente. Intentando no hacer ruido, se echó al suelo, hecho un ovillo, enrollando las piernas con los brazos. Ahora se oían susurros de una voz masculina. Y luego pasos. Se habían ido. O eso parecía. Pero por si acaso, no se movió de su escondite.
Y cuando por fin se decidió a salir, oyó algo en el exterior, en principio otra discusión, pero fue subiendo de tono, se oían casi claramente insultos a voces, un forcejeo, golpes sobre el coche…y finalmente gemidos. No sabía quién, pero había “alguien” sufriendo. Porque “otro alguien” le hacía sufrir. Quedó paralizado, se apoyó en la pared…y sin darse cuenta dio las luces. Silencio absoluto afuera. Momentáneo. Los gemidos dieron paso a más insultos y golpes. Y de pronto, dos tiros. Esto hizo al chico caer al suelo, instintiva e involuntariamente, cubriéndose la cabeza. Tras los “disparos”, alguien gritó “¡Largo de aquí!” y, entonces, reconoció la voz de su primo, que intentaba sonar lo más grave posible, y  recordó sus petardos. No se atrevieron a hablar hasta pasado un tiempo, y después decidieron quedarse escondidos hasta el amanecer, por si volvían. Ninguno de los dos logró dormir un minuto, aunque sí descansaron bastante.
Al amanecer, o poco después, un hombre y una mujer, los de anoche probablemente, entraron en la tiendita. Por su actitud no parecían muy psicópatas, la verdad. Hablaban con un tono como si no hubieran visto nunca un muerto. Seguramente, sólo sería una pareja de viaje que había parado a repostar. Aún cauteloso, se asomó a echarles un vistazo antes de mostrar su presencia. Y eso le salvó la vida, al menos de momento, pues vio a dos jóvenes con aspecto de drogatas, ella con una escopeta y él con un hacha y una gran navaja, estaban morreándose sobre el cadáver. Aterrorizado, volvió a meterse silenciosamente en el baño. Sonaron golpes metálicos, como si hubieran dejado caer las armas…eso le daría una oportunidad… Pero de pronto, su primo interrumpió su pensamientos -¡Están ahí ! ¡Están ahí!- gritaba. Pues qué novedad…  Y de pronto, sin más aviso que una palabrota de la chica, dos disparos (eran más fuertes que los petardos, pensó) Y, un momento más tarde,  otros dos. Esta vez, acompañados de un grito de dolor de Danny. Al principio, quedó más paralizado todavía, no podía ni tiritar. Pero aunque no quería abandonar a su primo, tampoco le apetecía seguir su suerte. Se armó de valor y decidió salir. Agazapándose tras los estantes, pudo coger una botella de cristal vacía que había tras el mostrador y colocarse tras el hombre sin  ser visto…no supo qué hacer, pero al ver el cuerpo mutilado de Danny, y antes de que la sensación que le anudaba el estómago le impidiera moverse o le hiciese mostrar su posición, actuó, quebrando la botella en la nuca del desconocido. Acto seguido, la chica con lágrimas en los ojos, le abrió el cuello… y hasta aquí hemos llegado pensó.
Sin saber muy bien por qué, esbozó una amarga sonrisa y abrió los ojos. Tenía la vista nublada, pero alcanzó a ver que en el enorme charco de sangre –realmente era enorme- ya no estaba el siniestro gato, sino los reflejos azules de la sirena de un coche patrulla. De los policías que había traído consigo Don Conrado, el cura que cada domingo venía a dar misa sólo para la abuela, que anoche le llamó para contarle que, tras una tonta discusión por la subida del precio de pan, al dependiente de la gasolinera le había dado un infarto. Aunque todo eso Noa no lo sabía. Pensó que ya era tarde para él, que ya estaba muerto, y justo antes de cerrar los ojos sin la mínima esperanza de volver a abrirlos, oyó que en un tono muy ligeramente asqueado, casi indiferente, que alguien decía “Aquí dentro hay otros dos”.



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