EPÍLOGO.
Noa observaba desde el suelo cómo la mujer que le
había apuñalado se levantaba y se iba como si nada con el otro hombre. Cuando le
atravesó la garganta (dolió menos de lo que esperaba, aunque le dejó sin
fuerzas y cayó al suelo casi al instante, fulminado), entró en una especie de
sueño en el que podía oírles hablar como un eco lejano, y del que no salió
hasta que, al arrancarle la navaja de la herida, un dolor agudo e insoportable
le recordó que seguía vivo. Entonces, abandonando los delirios de su
imaginación, con los sentidos embotados y los nervios crispados, su memoria le
hizo revivir las últimas horas de su corta vida.
La “aventura” comenzó ayer por la tarde, cuando
su primo Danny y él decidieron ir desde la casa de éste, andando, hasta el
poblado vecino, que era un “pueblo fantasma”, a ver a su abuela, la única
habitante del abandonado pueblo a excepción de sus numerosos gatos, que
campaban a sus anchas por todo el lugar. Gatos como el que ahora mismo estaba
bebiendo del charco de sangre que había dejado en el suelo el acompañante de la
chica que había intentado matarle. Y que, quizás, lo conseguiría sin tener que
hacer nada más, sin siquiera darse cuenta, pasado un rato, cuando su cerebro
acabase de cansarse del todo y decidiera descansar para siempre. Quiso apartar
estas ideas y otras similares de sus pensamientos apartando la mirada del
asqueroso animal, pero sus fuerzas le fallaron cuando intentó girar la cabeza,
de lo que se alegró al recordar que tras él estaba el desfigurado cadáver de
Danny.
Así que optó por cerrar los ojos y seguir
recordando. Habían llegado al pueblo casi a las diez de la noche, pero, aunque
en Sierra Andrea siempre refrescaba, también era allí verano, y aún estaba
anocheciendo. Llegando, en la carretera, encontraron uno de tantos gatos…sólo
que éste estaba “un poquitín” aplastado…sobre todo la cabeza. Pero Danny
lo cogió por el rabo para enseñárselo a su abuela y enterrarlo en su jardín.
Así de…así era él. Tras una pequeña discusión, decidieron que merecía una digna
sepultura, así que, aunque no fuera en el jardín, le enterrarían en el campo que
había pegando a la cuneta, que estaba “blando” y en el que era fácil cavar con las manos.
Alumbrándose con mecheros (iban preparados para todo) acabaron la macabra tarea
y se dirigieron a la gasolinera, que era la única tienda del pueblo, a
por refrescos.
Ahí es donde todo empezó. Pues se encontraron al
“gasolinero” tendido en el suelo boca abajo. Muerto. Noa no pudo evitarlo:
cubriéndose la boca con ambas manos, corrió al baño a vomitar. Acababa de
arrodillarse cuando Danny lo llamó –¡Viene alguien!- dijo. A unos cincuenta metros
había un coche, con el motor apagado pero las luces encendidas. Y se oía a
alguien discutir, así que al menos eran dos. Y seguramente discutían por
haber dejado ahí el cuerpo a la vista de inoportunos testigos. Como ellos. Le dijo que no saliera, que él se escondería cerca y que no les habían visto. El
asustado chico, en principio, salió corriendo hacia la casa de su abuela, pero
antes de llegar, pensó que ésta se enfadaría por haber abandonado así a su
primo, así que se quedó por allí cerca…más o menos cerca…
Noa pudo oírlo perfectamente desde donde se
encontraba: el “¿Hay alguien?” que acababan de decir en la puerta sonó con la
voz más inocente del mundo, una voz como de niña. Al menos había una chica
entre quienes habían matado al pobre gasolinero. Intentaba no moverse ni
producir el menor sonido, pero estaba temblando como no lo había hecho en su
vida, sus dientes tiritaban, sus manos temblaban como si tocase el piano, y sus
rodillas entrechocaban violentamente. Intentando no hacer ruido, se echó al suelo,
hecho un ovillo, enrollando las piernas con los brazos. Ahora se oían susurros
de una voz masculina. Y luego pasos. Se habían ido. O eso parecía. Pero por si
acaso, no se movió de su escondite.
Y cuando por fin se decidió a salir, oyó algo en
el exterior, en principio otra discusión, pero fue subiendo de tono, se oían
casi claramente insultos a voces, un forcejeo, golpes sobre el coche…y
finalmente gemidos. No sabía quién, pero había “alguien” sufriendo. Porque
“otro alguien” le hacía sufrir. Quedó paralizado, se apoyó en la
pared…y sin darse cuenta dio las luces. Silencio absoluto afuera. Momentáneo.
Los gemidos dieron paso a más insultos y golpes. Y de pronto, dos tiros. Esto
hizo al chico caer al suelo, instintiva e involuntariamente, cubriéndose la
cabeza. Tras los “disparos”, alguien gritó “¡Largo de aquí!” y, entonces,
reconoció la voz de su primo, que intentaba sonar lo más grave posible, y
recordó sus petardos. No se atrevieron a hablar hasta pasado un tiempo, y
después decidieron quedarse escondidos hasta el amanecer, por si volvían.
Ninguno de los dos logró dormir un minuto, aunque sí descansaron bastante.
Al amanecer, o poco después, un hombre y una
mujer, los de anoche probablemente, entraron en la tiendita. Por su actitud no
parecían muy psicópatas, la verdad. Hablaban con un tono como si no hubieran
visto nunca un muerto. Seguramente, sólo sería una pareja de viaje que había
parado a repostar. Aún cauteloso, se asomó a echarles un vistazo antes de
mostrar su presencia. Y eso le salvó la vida, al menos de momento, pues vio a
dos jóvenes con aspecto de drogatas, ella con una escopeta y él con un hacha y
una gran navaja, estaban morreándose sobre el cadáver. Aterrorizado, volvió a
meterse silenciosamente en el baño. Sonaron golpes metálicos, como si hubieran
dejado caer las armas…eso le daría una oportunidad… Pero de pronto, su primo
interrumpió su pensamientos -¡Están ahí ! ¡Están ahí!- gritaba. Pues qué
novedad… Y de pronto, sin más aviso que una palabrota de la chica, dos
disparos (eran más fuertes que los petardos, pensó) Y, un momento más tarde,
otros dos. Esta vez, acompañados de un grito de dolor de Danny. Al
principio, quedó más paralizado todavía, no podía ni tiritar. Pero aunque no
quería abandonar a su primo, tampoco le apetecía seguir su suerte. Se armó de
valor y decidió salir. Agazapándose tras los estantes, pudo coger una botella
de cristal vacía que había tras el mostrador y colocarse tras el hombre
sin ser visto…no supo qué hacer, pero al ver el cuerpo mutilado de Danny, y
antes de que la sensación que le anudaba el estómago le impidiera moverse o le
hiciese mostrar su posición, actuó, quebrando la botella en la nuca del
desconocido. Acto seguido, la chica con lágrimas en los ojos, le abrió el
cuello… y hasta aquí hemos llegado pensó.
Sin saber muy bien por qué, esbozó una amarga
sonrisa y abrió los ojos. Tenía la vista nublada, pero alcanzó a ver que en el
enorme charco de sangre –realmente era enorme- ya no estaba el siniestro gato,
sino los reflejos azules de la sirena de un coche patrulla. De los policías que
había traído consigo Don Conrado, el cura que cada domingo venía a dar misa
sólo para la abuela, que anoche le llamó para contarle que, tras una tonta
discusión por la subida del precio de pan, al dependiente de la gasolinera le
había dado un infarto. Aunque todo eso Noa no lo sabía. Pensó que ya era tarde
para él, que ya estaba muerto, y justo antes de cerrar los ojos sin la mínima
esperanza de volver a abrirlos, oyó que en un tono muy ligeramente asqueado, casi
indiferente, que alguien decía “Aquí dentro hay otros dos”.
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