Media hora…lo que dura, o duraba en mis tiempos, un recreo.
Claro, que mientras vuelves a clase…y el profe pide silencio…y los alumnos
obedecen… Habría que añadir otros diez. Y otros tanto por delante, ¿o soy el
único que se pasaba el final de la última hora mirando el reloj? Y así es como
se pierde una hora. O algo menos. Sí, una hora o algo menos, lo que en teoría
va a durar la siestita después de comer. O lo que se tarda en limpiar la
bandeja de Facebook, Tuenti, Twitter, Hotmail… O en mi caso, desmotivaciones.
Claro que si no tienes nada(importante) que hacer…no pasa nada por echarle un
par de horitas. Lo que dura una peli, más o menos. Y aunque algunas duran un
poco más, son la cola de las palomitas y (o más bien “o”) los interminables
intermedios los que hacen que ese tiempo se convierta en el doble.
Y ya son cuatro horas. El máximo tiempo que puedo aguantar
estudiando, en un día “normal”, al menos. Si tenemos en cuenta que el rato que
tardas en decidirte a empezar, y el rato que descansas al acabar, y compensamos
añadiendo, más para acallar la conciencia que para otra cosa, el descanso para
merendar… Se pierde una tarde. O una mañana. Y un día al que le quitas una
mañana o una tarde, es un día que se ha volado.
Luego hay ciertas tareas que sí requieren todo un día.
Sembrar patatas, por ejemplo, para dar un toque tan paletillo como mis
orígenes. Pero no hay que ser de pueblo para entender que tras todo el día en
la calle uno no pasa la noche dentro ordenando los sacos. Eso se deja para el
día siguiente, como todas las cosas que duran desde la mañana hasta la noche. Y
si lleva toda la mañana del día siguiente, pues dos días perdidos. Par de días,
lo que tardarán en traerte el libro que encargaste, previo pago, por supuesto,
o lo que van a durar las chapuzas de carpinteros, albañiles, fontaneros,
cristaleros entre otros especímenes, y
que acaban alargándose una semana.
Una semana. Justo lo que tardará tu tía la gorda en ponerse
a dieta. Pero a lo mejor espera a que pase el finde… por el arroz familiar del
domingo, más que nada. Y los lunes…ya deprime bastante volver a empezar el
trabajo, los horarios y las carreras como para empezar también a pasar hambre. Y
si se le pasa el martes, pues podrá esperar una semana más, ¿no? Quince días,
lo que tardaré en quedar con ese chico que (ya) no me cae bien o esa chica que (ya)
no me gusta. Es que ahora estoy de exámenes y claro, no puedo. Aunque luego
siempre coinciden fechas y dejan algunos para más tarde… Y tras los exámenes
siempre hay planes mejores… Bueno, tampoco pasará nada si tardo un mes.
Lo que tardaré en ir a que me miren ese “ruidito raro” que
del coche. O lo que tardaría si lo tuviera… Mejor lo que tardaré en cambiar mis
zapas viejas. O en ponerme a estudiar en serio. Todos lo sabemos. Ese mes se
duplicará, triplicará o incluso más. Tres meses. Un trimestre. Escolar, por
ejemplo. Y si empiezas mal…pues lo dejas pasar hasta las recuperaciones en el
siguiente. Claro, que puede que repitas. Y habrás perdido un año. Enterito.
Un año. Como cuando dejas ciertos planes para el verano
siguiente. Y cuando te das cuentas, ha pasado el suficiente tiempo como para no
poder hacerlo sin ir a la cárcel(maldita mayoría de edad…), tu amigo se ha
mudado, o se separa el grupo sin que hayas ido ni a un concierto. Como hizo My
chemical romance hace no mucho. Y esos dos o tres años se van, pero convertidos
en seis o siete y llevándose primero tu infancia, y luego tu infancia. Y cuando
te das cuenta, tienes veinte años y no has hecho nada. Y
entonces piensas. Y
te asustas. Me asusto, Me da miedo pensar que pueda cerrar los ojos un par de
segundos y que al abrirlos tenga cuarenta años y mi vida sea como la de ahora.
Y no es que sea una vida mala, pero tampoco especialmente buena. No es que sea
vacía… Ni siquiera aburrida, aunque tampoco sea demasiado divertida. Es,
simplemente, una vida. Normal. Demasiado normal. Y es que nada me asusta más
que convertirme en alguien normal. Bueno. Sólo una cosa: dándome cuenta de que
ya lo soy, el no cambiarlo. No existe algo que me asuste más (creo que es lo
único que me asusta) que seguir siendo NORMAL. Y por eso pienso aprovechar, no
cada par de segundos, sino cada fracción de segundo, porque… porque… Se
acabaron los anuncios, me voy a ver los Simpsons.
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