martes, 2 de julio de 2013

Psicopatilla CASI enamorado

-…Y veinte –se dijo en voz alta a sí mismo agachándose a recoger un clip del suelo.
Como cada día al volver de su aburrido trabajo en el hospital se desvió un poco del camino en línea recta que le llevaba a su casa para ir a comprar el pan. No tenía hambre –de hecho, nunca tenía- pero como todos los asquerosos humanos, él también necesitaba comer de vez en cuando. Al llegar a la panadería dio los buenos con su característico tono formal (tampoco aquel día le contestó nadie), y esperó pacientemente su turno como solía. Su media jornada acababa poco antes que las clases de un parvulario cercano y las madres acudían a comprar el pan y demás a aquella tiendita que también era frutería, verdulería, pescadería y carnicería, según le apeteciese al proveedor aquella semana, pues mandaba lo que quería, lo que le sobraba de abastecer a tiendas mayores, seguramente, pero al dueño no parecía importarle. O tal vez era él quien lo pedía todo así…
Pero aquella mañana difirió en algo de las anteriores: la vio. Demasiado joven para ser madre, apenas llevaba una barra de pan y una pequeña bolsa cuyo contenido no pudo ver. Ya estaba pagando cuando él llegó, y unos instantes después de haber entrado, salió ella, regalándole una breve y tímida sonrisita al cruzarse. En ese momento, deseó que a la chica se le cayese algo para recogérselo y poderla llamar, o que se diese cualquier otro motivo para salir del local tras ella… pero nada sucedió. Jamás le había importado la opinión de la gente, no necesitaba un motivo para darse media vuelta y seguirla…pero no sólo habría resultado sospechoso, también inútil. Así que, con gran pesar, decidió no hacer nada y, metiendo las manos en los bolsillos, jugueteó con el clip, una tuerca, y las monedas con las que pagaría en cuanto le diesen ocasión.

No era alguien a quien le interesasen las relaciones personales, ni mucho menos enamorarse, ni siquiera el sexo le interesaba apenas… pero sabía reconocer la belleza que había en el mundo,  ya fuera en un cielo estrellado o en la fachada de una catedral gótica, en las rápidas aguas cristalinas de un arroyo que se acerca a una cascada o en el tercer movimiento de la novena sinfonía de Beethoven. Y estaba seguro de que el cuerpo desnudo de aquella joven rubia de hermosa sonrisa pero ojos tristes, oculto tras su descuidado atuendo, era de una exquisita hermosura  digna de ser contemplada.

Siguiente capítulo.

Más relatos.


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