Acabó de comer sin dejar de pensar en su sonrisa. Hacía
bastante que no se obsesionaba tanto con algo. Casi olvida prepararse para
su…cometido. Casi pero no. Cogió todos sus efectos personales y se dispuso a
salir. En caso de no volver, y ya que no tenía familia ni nadie que se
preocupase por su desaparición, quería que su cadáver resultase fácil de
identificar. Tenía en el antebrazo un diminuto tatuaje de una calavera pirata,
de apenas un centímetro de largo, pero con sus dos tibias cruzadas y todo. Pero
duda que nadie lo supiera… Al igual que
casi nadie, según él, sabía todo lo que significaba: rebeldía ante el sistema,
crueldad sin límites, uso del terror y el miedo como herramientas para sus
fines, frivolidad ante la vida, y recordatorio de la Muerte. Y de lo
impredecible e inevitable que es ésta.
Se entretuvo pensando en trivialidades apenas relacionadas
con ello mirando su propio antebrazo durante horas, hasta que la luz solar que
entraba por la ventana a su espalda se tornó naranja anunciando la inminente
puesta de sol. Casi apresuradamente, bebió tanta agua la sed de las horas sin
hacerlo le pedían, fue al lavabo, y volvió a la ventana.
Algunas cosas cambian y otras siguen igual, decían en un
videojuego frente al que solía pasar las tardes años atrás. Y podría cambiar la
gente, la ciudad, el paisaje… pero aquel sol, el sol, era el mismo que en
tiempos pretéritos había inspirado la
erección (cuando pensaba en estas cosas no era capaz de captar los dobles
sentidos en su propio pensamiento) de Stonehenge y el viaje de Colón, y la
construcción de las pirámides y la invención del astrolabio…pero también había
contemplado la marcha de legiones romanas y tercios viejos, y masacres como la
de Amberes, Cartago, Auschwitz, o las de
los nueve saqueos de Roma. Y ahí seguía. Impasible. Alumbrando con su poderosa
luz a los hombres en su actos, buenos, malos, o peores. La belleza de este
sentimiento era lo suficientemente hermosa para ser digna de recordarse con una
eterna, o al menos vitalicia, cicatriz, decidió, así que, sin apartar sus
contraídas y doloridas pupilas del astro rey, sacó la más pequeña y afilada
navaja de las cuatro que llevaba y se hizo u diminuto pero profundo corte en su
hombro. Y salió a las, ahora oscuras, calles.